Recuerdo hace dos años y medio cuando los latinoamericanos, en general, nos encontrábamos esperanzados por el triunfo de Macri en Argentina después de doce años de los Kirchner en el poder.
El Gobierno tiene el agua al cuello en materia de presupuesto de funcionamiento.
No sobra un peso para aumentar inversión social y no queda un centavo para pagar nuevos contratos, asesorías o investigaciones. Le están faltando $25 billones al país para ejecutar su plan de economía social.
El Ejecutivo anda al límite en inversiones y gastos administrativos. La regla fiscal está podría quebrarse si no llegan nuevos ingresos. La olla está muy raspada y queda poco para poner a cocinar.
Durante años como presidente de un canal católico tuve la oportunidad de conocer a muchos sacerdotes, dentro de ellos unos con dones especiales, enorme carisma, facilidad de expresión y abrumados por la gente.
Hemos visto en estos días -con gran alarma y con dolor- cómo el maltrato infantil se está convirtiendo en práctica común que, además, queda impune en la mayor parte de los casos. Se habla de un promedio de sesenta y seis casos diarios de maltrato, y de una cifra escalofriante de denuncias, según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar: tan solo en lo que va transcurrido de este año, ellas llegan a diez mil novecientas setenta y siete. Casos denunciados.
Con un dolor inmenso observamos a los venezolanos huir de la tiranía de Nicolás Maduro, cargando su cruz a cuesta. Los vemos cruzar todas las fronteras de su patria, entristecidos, hambrientos, desprovistos de dinero, ropa o calzado apropiado para su largo e incierto éxodo.
“La vida es y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil dieciocho también. Que siempre ha habido choros, Maquiávelos y estafaos- Contentos y amargaos, valores y dublé- Pero que el siglo veintiuno es un despliegue- De maldá insolente ya no hay quien lo niegue-Vivimos revolcaos en un merengue-Y en el mismo lodo todos manoseaos.
Seguramente hay quienes se alegren frente a la crisis que atraviesa actualmente el acuerdo de paz con las Farc. Lo más importante en un proceso de paz es que se lleve a cabo como política de Estado y no de gobierno, porque lo primero le da fuerza, credibilidad, respaldo, solidez y sostenibilidad.
Las manifestaciones contra la corrupción crecen, los participantes en las marchas llevan una soga para simbolizar la petición de arresto a los responsables, los trinos en las redes sociales no cesan, la Corte Suprema de Haití investiga, los medios opinan, la ONU se preocupa, todavía no se sabe a cuánto asciende el monto del multimillonario timo que compromete a funcionarios, empresas públicas y privadas, especialmente del ramo de la construcción.
El día jueves de la semana pasada un grupo de jóvenes se reunieron en el Parque de la Independencia de Bogotá para protestar por la amenaza del gobierno (según ellos), de expedir un decreto facultando la policía a decomisar cualquier cantidad de droga que una persona porte o consuma en espacios públicos.
Varios hechos de estos días me obligan a volver sobre el tema de Venezuela: La OEA ha creado una misión técnica para evaluar los efectos críticos del éxodo venezolano que está afectando a todos los Estados de América del Sur, pero también a Panamá y algunos países del Caribe.