Algunos sectores han comenzado a especular, tal vez de modo irrespetuoso, sobre la posibilidad de que, extenuado, y ya con 81 años, Francisco renuncie.
Los esfuerzos en Colombia, a lo largo de los años y durante diferentes gobiernos para conseguir la paz, han contado con el apoyo y cooperación de la comunidad internacional.
Esta positiva realidad ocurre desde cuando nuestro país superó la idea según la cual recibir el apoyo de distintas naciones podría implicar una cesión indebida de soberanía.
En aquellos años se decía que construir escenarios de reconciliación era una tarea exclusivamente nuestra.
Como firman los sociólogos de la política, el poder tiene su magia, está ahí, circula, es esquivo para unos, como un carbón ardiente. Sonríe para otros. En ocasiones, no siempre, los que más lo persiguen consiguen atraparlo, mientras en el camino otros en apariencia menos ambiciosos se lo topan o las circunstancias los encumbran. Manes de la tragedia griega, que desdeña el posmodernismo y está ahí a la vuelta de la esquina.
Pocas cosas han sido tan nocivas para el estudio, el análisis y la comprensión de la política exterior colombiana del último siglo como el uso recurrente de dos latinajos -“respice polum” y “respice similia”- para describir y explicar el comportamiento del país en sus relaciones con el resto del mundo. De ello son responsables, en primer lugar, los académicos. Pero también los opinadores e incluso los tomadores de decisión, que de vez en cuando se arriesgan a acuñar su propio latinajo: “respice