Iba tarde. Yo siempre voy tarde, es un desagradable efecto colateral de la extraña concepción líquida que tengo del tiempo. Surgí de entre la boca del túnel de la estación y corrí por la Calle 14 hasta girar a la derecha sobre la Seventh Avenue rumbo a los grises trenes L, otro de esos cambios de línea donde pagas doble pasaje y no hay con quién quejarse. Saltaba eludiendo charcos grandes para caer en otros más pequeños mientras el viento le rompía el cuello a mi paraguas, desvencijado e inerte como un cadáver metálico.
En el año 2014 Colombia estuvo cerca de dar un paso trascendental que, de haber tenido ocurrencia, le hubiera permitido a la nación recuperar el rumbo.
Es imposible olvidar que la fórmula integrada por Óscar Iván Zuluaga y el autor de estas líneas, ganó, pese a los obstáculos de todo orden que se enfrentaron en el camino, la primera vuelta.
Y sobre la segunda, el país ha ido conociendo, poco a poco, de qué manera actuaron los poderes para impedir el triunfo de las mayorías anhelantes de cambio.
El resultado de aquel año llevó el país a transitar un mal sendero.
Tras las elecciones al Congreso viene la verdadera campaña por la Presidencia de la República. Hoy sabremos cómo se conforman las fuerzas políticas. Es factible que la derecha consiga la mayoría parlamentaria, que le permitiría hacer los grandes cambios políticos e institucionales que reclama la sociedad colombiana. Si ocurriese lo contrario, la amenaza de una epidemia populista se abatiría sobre el país.
Con un Congreso tan desprestigiado -más del 60 % de los ciudadanos tienen una percepción negativa de él-, resulta difícil insistir en lo que, en otras circunstancias sería una verdad de Perogrullo: que el Congreso es una de las instituciones más importantes de la democracia; que no puede haber verdadera democracia sin Congreso; y que, en el peor de los casos, por muy malo que sea un Congreso, es mejor tener un Congreso que no contar con uno en absoluto. Si ser colombiano es un acto de fe -como dijo Borges en un cuento memorable-, el día de hoy, cuando se elige el Congreso para el periodo 2
En el diario transcurrir de la vida de la Iglesia la mujer es el principal motor. A veces se piensa que lo son los sacerdotes, pero en la práctica la inmensa mayoría de actividades que hay en ella tienen a la mujer como protagonista. Pareciera que Dios les hubiera regalado una especie de aptitud natural para lo espiritual y de ahí que sean siempre las mujeres quienes encabecen lo religioso, al menos en la Iglesia universal.
Hemos hecho, en sintética entrega anterior, recuento de los viajes papales en los primeros años del cristianismo, hasta 1798, salida de Roma del Papa Pio VI. Siguiendo esta relación encontramos a su Sucesor, el Papa Pio VII, quien viajó a París a la coronación de Napoleón Bonaparte (1804), sufriendo el desplante de éste, quien se autocoronó, y habiendo sido, posteriormente, hecho prisionero de ese gobierno (1808), y, por tres años, llevado a Savona y Fontainebleau. Estuvo siempre firme ante pretensiones imperiales abusivas, y regresó a Roma 1813, hasta su muerte (1823).
Las jornadas electorales que viven nuestros países, hoy en Colombia y dentro de algunos días en Costa Rica, México y Venezuela, se desarrollan en medio de la polarización, la desinformación y la posverdad, que sirven de marco para que los intereses personales de algunos pocos quieran primar –nuevamente- sobre los nacionales. Basta con estar conectado a una red social para sentirlo. También hay, en honor a la verdad, personas que realmente quieren hacer un servicio público que honre la confianza de sus electores y responda armónicamente a las funciones para las cuales serán elegidas.
Por fin llegó la hora de cumplir nuestra importante cita con la urnas; un compromiso ineludible para elegir un Congreso que le sirva al país y a nuestras regiones. Y, en especial, una voz fuerte que atienda desde el legislativo las prioridades de nuestra Bogotá.
Cada día es más difícil gobernar en democracia. Los viejos problemas de la pobreza, la desigualdad y la marginalidad continúan irresueltos y los nuevos problemas, como las migraciones, sorprenden y se expanden patéticamente por entre las ondas de las redes sociales. Mientras la sociedad contemporánea se indigna, a los gobernantes los rodea la impopularidad y lucen impotentes ante los retos inesperados del presente. Aunque el capitalismo ha sido siempre capaz de superar sus propios vicios, hoy no parece entender la fuerza de unas masas desarraigadas que exigen y reclama sus derechos.
Desde que Iván Duque irrumpió en la política colombiana, dándole al uribismo un aire de lozanía y juventud, no son pocos los que lo han comenzado a compararlo con Emanuel Macron, el presidente de Francia. Para empezar ambos tienen la misma edad: cuarenta y un años. Ambos son de centro derecha, ambos han hecho una brillante carrera, luego de estudiar en academias de élite. Son pues muy competentes, pero sobretodo son muy decentes, tolerantes y transparentes. Ante todo son dueños de un encanto personal cautivador. Cuidan con celo su apariencia y con esmero sus presentaciones públicas.