Un jueves 2 de noviembre, curiosamente el día de los difuntos en México, Colombia perdió a uno de sus más grandes estadistas. Un hombre que jamás alcanzó la Presidencia de la República, pero que tuvo todos los merecimientos para portar en su pecho la banda presidencial.
Un hombre que tuvo todo el valor, el carácter y el coraje para asumir con honestidad las posiciones políticas que el país requería en su momento.
Un hombre que tuvo la pulcritud intelectual para asumir causas donde no las había. Donde nadie creía en ellas, él tuvo el valor civil y político de asumirlas.