La victoria del No en el plebiscito no desató el apocalipsis anunciado por los voceros de Sí, sino que demostró la necesidad de un pacto nacional por la paz. Volvimos a la situación por la que hemos debido comenzar el proceso de paz y que nos hubiera ahorrado las estigmatizaciones y la consecuente polarización que vivimos.
El mejor acuerdo posible no era, definitivamente, ni el más completo para el Gobierno, ni al que se le invirtieron mayores tiempo y esfuerzos, por meritorio que ello sea, y menos, aquel que satisfacía las exigencias de una de las partes bajo de la amenaza del retorno a la violencia. El mejor acuerdo no era el que las Farc estaban dispuestas a aceptar bajo sus condiciones.
Sólo una encuesta acertó el negativo resultado del plebiscito. Fue la del ex registrador Carlos Ariel Sánchez. La más pifia la de Gallup, seguida de cerca en el desfase por la de Ipsos Napoleón Franco, por la de Cifras y Conceptos, y la de Datexco. Como las encuestas son los ojos que nos permiten vivir en la compleja sociedad debería haber un premio para la que acierte, sin llegar al extremo de la sanción para las que se equivoquen como ocurre con los diagnósticos médicos. Basados en las encuestas los comentadores escribimos, sirven de olfato y de ojos.
Siendo el plebiscito un mecanismo de participación ciudadana, cuya convocatoria es potestad exclusiva del Presidente de la República para que el pueblo apruebe o rechace una determinada decisión, el mensaje del 2 de octubre es claro: el respaldo político a la firma del acuerdo con las Farc por parte del Presidente Santos es insuficiente. Por esto su firma quedó con la legitimidad herida, no así su legalidad que se deriva de haber firmado cumpliendo con su responsabilidad de “conservar el orden público y restablecerlo donde fuere turbado”.
Qué tristeza todo lo que ha pasado en la última semana en Colombia. Cómo es posible que se anunciara a los cuatro vientos la paz, el anhelado fin de la guerra, y al final ¡no era verdad! A Colombia la carcomen los egos. Los mezquinos intereses de todos los políticos. Politizar la paz es lo más bajo que pueden haber llegado a lograr. Polarizar a un país entre dos palabras, Sí y No, no tenía ningún sentido. Usar la ilusión de la paz para aumentar sus egos es imperdonable. Qué falta de previsión y que ingenuidad no tener un plan b para contrarrestar la coyuntura que traería el No.
Quizás no haya en la historia política colombiana un antecedente como el actual, en el que 60.000 votos de diferencia entre el No y el Sí, de un total de casi trece millones que sufragaron el domingo, hubieran creado un impasse de la complejidad del actual.
Los acontecimientos de los últimos días pueden conducir a la creación del escenario apropiado para edificar un gran acuerdo nacional que nos lleve a la paz, o ser la fuente de una división nacional profunda y difícil de superar.
Estaremos en el primer escenario si se le da una buena lectura a todo lo que ha sucedido recientemente.
El resultado del plebiscito fue una manifestación unánime a favor de la búsqueda de la paz, y también el mensaje claro de los electores que sufragaron mayoritariamente por el No acerca de su inconformidad con varios aspectos de lo acordado.
Nada prueba mejor la esquizofrenia nacional que el hecho de que, en la misma semana, haya sido rechazado en plebiscito -por margen estrecho pero incontestable- el “Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, y que días después, su principal promotor, el presidente Santos, haya sido galardonado con el Premio Nobel de paz.
Dedica, el Papa, los numerales finales del Cap. V (173 a 198) de su gran Exhortación, en el que presenta el tema “El Amor que se vuelve fecundo”, a completar recomendaciones pastorales, insistiendo en la atención cuidadosa de los hijos fruto de ese amor. Reclama, primordialmente, la presencia de la madre, junto al hijo, en especial en los días iniciales de su crecimiento. Indica que las madres dedicadas a sus hijos cumplen la más excelsa misión femenina que se reclama de la familia, en la Iglesia y la sociedad (nn. 173-174).
La actual “incertidumbre” que se vive en el país está lejos de ser nueva y todavía más lejos de tener en la guerra su principal componente. Quienes leemos libros de historia de Colombia sabemos que quizás desde el siglo XIX se generó una tensión, que no ha desaparecido, entre dos formas de ver el mundo y por ende las personas. Por decirlo en términos sucintos, pero que no me gustan mucho, el tire y afloje es entre una visión conservadora del mundo y otra visión de corte liberal. Estos términos los uso en un sentido sobre todo filosófico, aunque también tienen connotación política.