La alta desaprobación a la personalidad del presidente Duque contrasta con las buenas cifras de la economía que presentó el Minhacienda, José M. Restrepo, en reciente entrevista con María Isabel Rueda, en El Tiempo. La exposición clara y lúcida con números y programas precisos habla del éxito de una gestión pragmática e inteligente. Restrepo hizo un rescate oportuno de una nave que zozobraba.
Llegamos a la primera vuelta de la elección presidencial en circunstancias que el país no había experimentado en décadas pasadas. No solamente nos vimos afectados por una pandemia de letales características que ningún colombiano había conocido a lo largo de su vida, sino que también se exacerbaron viejos males que terminaron agotando la paciencia y las esperanzas de los compatriotas. Corrupción, pobreza e inseguridad se convirtieron en cánceres invasivos y alimentaron sentimientos de rabia y frustración que hoy trastornan la vida de todos.
Es muy posible que la mayoría de los colombianos ya escogió por quien van a votar. Los candidatos han informado a los interesados: nuestro futuro depende de millones de ciudadanos y del discurso de cada candidato.
Piedad Córdoba es sinónimo de vulgaridad y resentimiento, y es el modelo de la política corrompida e impiadosa. Una persona como éstas no debió nunca haber llegado a representar a Colombia, a legislar, estar en procesos de “paz”, ser candidata política, etc. Piedad Córdoba más que amiga de Chávez y ahora más que amiga de Petro, es un peligro nacional, incluso debería ser considerada como enemiga pública.
“Un hombre puede dar algo mejor, si eso es posible, que su vida. Puede dar su espíritu vivo a una causa que no sea fácil.”
Woodrow Wilson
A pesar de que Colombia se ha caracterizado por encabezar las listas de desarrollo en toda América Latina, su historia ha estado marcada por hechos de corrupción que han impedido que alcance su máximo potencial económico, social y político.
Tres fenómenos marcan el declive del orden internacional actual: el fracaso de los intentos por frenar el calentamiento del planeta, la debilidad de las instituciones sanitarias globales y los tres meses de invasión rusa a Ucrania.
Pese a que el covid-19 mostró a la humanidad la posibilidad de la extinción, apenas se redujo su impacto ocurrió la ocupación genocida que actualiza los totalitarismos nacionalistas.
Terminó la campaña electoral y nos aprestamos a cumplir con el Derecho Constitucional de depositar nuestro voto por el candidato que mejor responda a nuestras expectativas y que creamos pueda asumir el compromiso de conducir a Colombia en esta coyuntura tan compleja de la vida nacional.
Estamos a un par de días de la primera vuelta presidencial y con el alboroto de las más recientes encuestas me pongo a recordar, sobre ellas, la simpática pero enfática frase del estadista Álvaro Gómez: “son como las morcillas, muy ricas, pero es mejor no saber cómo las hacen”. Tengo una enorme familia y casi un millón de amigos -como Roberto Carlos- y a nadie que conozca- casi todos sintonizados con Federico Gutiérrez- los han llamado para adelantar el sondeo.
En dos días sabremos si Colombia votó por el cambio que todos buscan, anhelan y persiguen.
Esta agónica campaña mostró el cobre de la política colombiana por la gran cantidad de improperios, injurias, denuestos y ultrajes. Nadie sabe cuál de los candidatos es confiable, porque entre ellos se descalifican con pruebas o sin ellas, acompañadas de hirientes injurias.