Cuando este virus llega a las personas más cercanas e incluso vemos la posibilidad de que tengamos el virus y que podamos morir en soledad, ahogados o en una UCI, pues creo que a muchos les surgen preguntas sobre su propia existencia. La mayoría de estas preguntas yo las escucho en muchos de los pacientes en la terminalidad y tienen que ver con el proceso de aceptación de la muerte.
Dos de los últimos acontecimientos relevantes nos están diciendo que la seguridad, en distintas expresiones, está bloqueada en niveles preocupantes. Un paro nacional que entró en una especie de “calma chicha”, adobada con brotes de protestas violentas y no violentas, en distintos momentos y ciudades, protagonizadas por jóvenes a quienes lo único que les suena, es la palabra “cambio” y en la medida en que no observan en el presidente posturas creíbles de exigencia de respeto a los DD.HH.
La historia de nunca acabar, la que se repitió en las últimas décadas, está semana que pasó nos recuerda que hacer cultura en este país es condenarse a la pobreza y necesidad en los últimos días de vida.
La muerte de un artista obligatoriamente llevará luto a sus familias y seguidores, pero en Colombia además logra generar un sentimiento de vergüenza. Es como esas canciones que de tanto oírlas, ya sabemos cómo comienzan y también como terminan.
El inversionista y autor Mark Spitznagel comentó en una ocasión que la mayoría de las personas no quisiera permitirle al Estado fijar el precio de los televisores LCD; no obstante, el Estado, a través del banco central, tiene la facultad de fijar las tasas de interés, las cuales son el precio más importante de toda la economía. Al no permitir que las tasas de interés se ajusten a la oferta y a la demanda en un mercado libre, argumenta Spitznagel, surge un mundo de “distorsiones complejas”.
Santos, estrenando gafitas de intelectual posmoderno, a lo Lennon, fue a la Comisión de la Verdad, a “su comisión”, a contar “su verdad” y a pedir extemporáneo perdón. Salvo por las desvergonzadas mentiras, su discurso fue un aburrido rosario de autoelogios, “adánico”, pues antes de él todo eran tinieblas, como en el génesis, y después de él, como concluyó en el discurso de “su Nobel” en 2016, “El sol de la paz brilló, por fin, en el cielo de Colombia”, esa gran mentira que aun hoy pregona contra toda evi
El pasado domingo 13 de junio el presidente Duque, luego de recibir en el hospital militar la primera dosis de su vacuna, y cuando el número de muertos alcanza los niveles más alto desde que comenzó la pandemia con cerca de 600 fallecimientos diarios, declaró: “las aglomeraciones son el mayor acelerador de este virus”.
Realmente se trata de Monseñor Alirio López Aguilera, sacerdote de la Arquidiócesis de Bogotá, pero que fue conocido, entre otras razones, por su actuación pastoral-ciudadana con los angelitos que se le hacen barra al glorioso Millonarios o a Santa Fe. Este sacerdote bogotano hizo un tipo de pastoral muy original que lo llevó al encuentro de muchísimos jóvenes que generalmente no son bien vistos por algunos.
Enhorabuena el Ministerio de Educación anuncia que la presencialidad comenzará a ser la regla para la educación primaria y secundaria en todo el país.
Entre las características de la modalidad de la guerra civil en el siglo XXI, es que no siempre las partes la declaran, sencillamente se la sufre, como algunos padecen las enfermedades que aún no les han sido diagnosticadas. Para muchas gentes con la mentalidad del siglo XIX, mientras no se cumpla ese formalismo no existe la tal guerra, como algunos ciegos en política que lo que no ven asumen que no existe.
Los alpinistas saben cuánta preparación, esfuerzo, paciencia, discernimiento -e incluso resignación- requiere alcanzar una cumbre. Saben también que no siempre se logra, pero no por eso dejan de intentarlo. ¿Qué otra cosa es su oficio, sino un constante intento, a veces satisfactorio y exitoso, otras insuficiente y frustrante, casi nunca definitivo, de llegar a ellas?