Puede muy bien sonar a filosofía barata, pero es la realidad: "No hacer nada es lo más difícil de hacer”. Luego de dos largos meses de severo confinamiento y total aislamiento social obligatorio, nuestra mente tiende, con más frecuencia de la deseada, a ponerse en blanco. Muchas son las veces que intentamos ponernos a leer, pero son más las que no atinamos a "doblar la hoja".
Naciones Unidas ha proclamado una serie de principios a favor del niño. Se pueden sintetizar así: El niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes, como después del nacimiento. La humanidad debe al niño lo mejor que puede darle. Por esto debe procurarse que su infancia sea feliz, para que pueda gozar, en su propio bien, y en bien de la sociedad.
En esta obra de vida, los adolescentes en el siglo XX, tanto como hoy, en mayoría de edad, vivimos distintos episodios alrededor de satisfacciones, triunfos y duros logros; grabados en la mente ayer, como si fuera hoy.
Hace años el PNUD me contrató para coordinar la unificación de la educación de los países centroamericanos (Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala). Se trataba de lograr un consenso entre estos. Así las cosas, se le comunicó a cada ministerio de educación que de lograrse este propósito el PNUD daría cincuenta millones de dólares: en su momento una suma bien interesante.
Enfrentamos una pandemia global imprevisible que se extiende rápidamente por el planeta y exige de los gobiernos responder con decisiones acertadas y oportunas, y de los ciudadanos, disciplina, solidaridad y resiliencia para combatirla y superarla. En medio del sentimiento de indefensión que su veloz expansión ha generado, los gobiernos intentan construir las defensas necesarias y las políticas sanitarias, sociales y económicas para su contención que conduzcan a la recuperación de la normalidad.
Colombia sufrió la atroz violencia de las Farc y los paramilitares, que sin misericordia desangraron la patria, financiados todos por el negocio del narcotráfico. La desmovilización del Gobierno Uribe de más 50 mil hombres, redujo el índice de homicidio en 45%. El proceso de La Habana produjo una reducción en violencia mucho menos significativa, y el término de los hombres armados de la ilegalidad fue inane. Pasamos de 10.146 hombres en armas a 9.298; pese a que se desmovilizaron 8 mil.
En el trasegar de la pandemia es unánime el reconocimiento cuotidiano al papel que han cumplido los médicos y el personal paramédico en la atención que se le está brindando a la gente por obra del coronavirus Covid-19; sus esfuerzos se ven reflejados en los 760 casos de contagio que se registran hasta el 15 de mayo por enfrentar de manera directa la pandemia, sin lo cual no se salvaría el número apreciable de personas que lo ha logrado, a pesar de los decesos.
Esta pandemia, ciertamente, nos agarró a todos con los pantalones abajo y desnudos de tapabocas, guantes y sin jabones antibacteriales a la mano, ni siquiera en la farmacia de la esquina, porque el pánico hizo que se alborotaran los más hipocondríacos de entre los histéricos, al punto de que provocaron el desabastecimiento de todos los elementos de bioseguridad, y el resto de humanos quedamos colgados de la brocha.
En Colombia, y seguramente en otros países, estamos “protolocos” con el exceso de normatividades. Nuestro Gobierno, experto en desempolvar palabrejas para “gobernar” a su manera, fue a lo profundo del diccionario y se encontró con el término protocolo que sirve para todo: parafernalia, fasto o cuaderno.
El que siembra un campo, cultiva una flor o planta un árbol, es superior a los demás.”
John Greenleaf Whittier