La verdad no sé si reprochar o agradecer él informe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos radicada en Colombia, presentado por Alberto Brunori, sobre aspectos relacionados con el orden público en nuestro país. Lo primero, por carecer de verdad y objetividad en su contenido, que termina convertido en afrenta al Estado y, lo segundo, por haber logrado una unidad nacional franca y cerrada en demanda de los argumentos y contenido mismo del informe.
El miércoles de Ceniza falleció el médico, cirujano y humanista, José Félix Patiño, egresado de Yale con tesis laureada; fue ministro de Salud, rector de la Universidad Nacional a la cual legó los trece mil volúmenes de su Biblioteca, jefe del Departamento de Cirugía del Hospital La Samaritana, uno de los principales promotores de la Fundación Santa Fe, presidente de la Academia de Medicina, profesor emérito, autor de obras científicas y muchas cosas más.
Cuando en noviembre pasado el gobierno decidió prorrogar por tres años más el mandato de la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos, no me gustó nada. Desde 1997 esa Oficina ha sido una piedra en el zapato y sus labores no han sido otras que las de “denunciar” lo que el propio gobierno denuncia, pero sin puntualizar lo positivo que se hace aquí en la materia.
Cuando el mandatario de entrada presenta su Plan de Desarrollo, por lo general, busca la manera de incluir como objetivos sus promesas de campaña y sintetizar en una frase, que titula el Plan, su eslogan o línea preferida de acción, con la esperanza de que llegue a ser su sello de identidad y referencia en la historia.
La Contraloría General de la República identificó a través de su Estrategia Compromiso Colombia 1.176 proyectos críticos, obras inconclusas y lo que calificó como elefantes blancos sin ninguna utilidad público ni social. Según el vicecontralor Ricardo Rodríguez, sumados alcanzan la friolera de los $8.6 billones. Una de esas obras inconclusas es la Represa del Ranchería.
Es altamente contagioso pero no es tan letal como podría llegar a serlo.
Mucha más gente muere cada año por haber fumado, o por otras de las gripas que pululan.
Era un bar cualquiera cerca de la Calle Narváez. Uno de esos bares largos como cigarrillos a medio fumar en los que no hace falta entrar para conocer la calidad de sus platos, pues las fotos despixeladas que el dueño ha pegado en las ventanas te notifican por aviso de todo lo que necesitas saber sobre ellos. Caímos en él con mi novia como un par de bichos deslumbrados por la luz, persiguiendo dos croquetas de jamón y una cerveza Mahou promocionadas en algún panfleto local.
Actualmente se habla mucho de ciudades inteligentes, de internet de las cosas, de big data, de tecnología 5G, de la cuarta revolución industrial, de la era digital, de los nativos digitales, etc. Una cantidad de información que agobia, de la que todos hablamos, pero muy pocos entienden y muchos menos aplican. Es innegable el impacto que ha generado el internet en el mundo, ha transformado nuestra vida cotidiana, nuestras relaciones sociales, la vida de las empresas y los países.
La seguridad que tienen los corruptos, asesinos, pedófilos, ladrones, y narcotraficantes en este país al cometer sus fechorías, es que saben que la justicia no los va a meter en la cárcel y hacer pagar por sus delitos.
A decir verdad, nadie esperaba del representante en Colombia de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU un informe que contuviera un análisis balanceado, integral y actualizado, que reflejara la compleja realidad nacional. Sus posturas, declaraciones y opiniones anteriores así lo anticipaban, como que ya habían despertado un evidente y fundado malestar del Gobierno colombiano, que se tradujeron en las condiciones que presidieron la renovación del mandato a esta dependencia de la ONU en Colombia.