Colombia lleva más de cinco décadas de lucha permanente contra el maldito flagelo del narcotráfico sin resultado alguno y hundiéndose cada vez más en un maldito lodazal. Ha sido medio siglo de batallas libradas a todos los niveles y confrontando toda clase de delincuentes, sin poder ni erradicar la droga maligna, ni tampoco ignorar la evidente complicidad social que, en distintos grados, ha sido complaciente con este fenómeno contemporáneo.
Siempre me he visto fuertemente sorprendido por el poder evocador de hasta los elementos más básicos de la gastronomía colombiana cuando nos encuentran inesperadamente en algún punto improbable y errático del extranjero. Pasan de ser simples alimentos inanimados para convertirse en máquinas del tiempo y trasladores hechizados que en cuestión de décimas de segundo te arrastran a lugares conocidos de otras épocas que recuerdas con grata familiaridad.
Aquella tarde, la multitud fanatizada no veía a Jorge Eliecer Gaitán con los ojos del cuerpo. Lo devoraba con los ojos del alma. No hay causa de concentración más potente que la fuerza ciega y apasionada de una admiración política.
Las tareas diplomáticas, digamos las de desempeñar a cabalidad el encargo de ser embajador ante un país amigo, tiene sus responsabilidades como son las de representar al país y al gobierno que le hace el encargo de trasladarse a otra nación, representarlo y con toda la dignidad que corresponde a tan alto encargo desempeñarse no solamente ante el gobierno al cual va dirigido, sino ante toda la comunidad que lo compone.
Juan Camilo Cárdenas es autor del artículo “Paz como Tranquilidad” y tal título es engañoso al producir, a primera vista, la impresión de falta de profundidad, lo cual es una visión incorrecta. El argumento central e inicial es el siguiente: “la consolidación de la paz en Colombia requiere una transición en la que dejemos de entender la paz solo como seguridad y pasemos a construir una noción de paz con tranquilidad”.
Las sociedades en muchos sentidos se mueven por los incentivos. La apetencia por los beneficios y la aversión a las pérdidas y los castigos, permiten que la normatividad cada vez esté más diseñada para atender a esos comportamientos. Tratar de diseñar un marco de estímulos que favorezca ciertas conductas y límite otras. Antes se veía la ley como un burdo proceso donde se daba un comando y luego el Estado se dedicaba a tratar de imponerlo.
La historia de los Romanov revela que ninguna otra dinastía llegó a parecerse tanto a los Césares de Roma. Su leyenda incluye seis zares asesinados; genios como Pedro y Catalina La Grande y locos como Iván el Terrible. Su poder sin límites en un territorio tan vasto los llevó a la terrible catástrofe de 1918 a manos de los bolcheviques.
Dice el viejo adagio: el mono sabe a qué palo se trepa. La carta firmada por el embajador ruso en Colombia, Sergei Koshkin, dice textualmente lo siguiente: “El uso ilegítimo de la fuerza militar contra Venezuela por parte de otros Estados que respaldan a la oposición será interpretado por el Consejo de la Federación de la Asamblea Federal de la Federación de Rusia solamente como un acto de agresión contra un Estado soberano y una amenaza a la paz y seguridad internacionales”.
Los colombianos seguimos siendo el “patio trasero” de los Estados Unidos, como lo solía advertir el expresidente Belisario Betancur, uno de los mandatarios que con pundonor se atrevió a cantarle esa tabla a los vecinos del norte.
Algo admirable, a lo largo del libro “Florecillas del Papa Wojtyla”, del escritor Doménico del Rio, que motivó ya un primer comentario mío bajo el título “Testimonios y Mensajes de Papa Itinerante”, la variedad de escenarios en los que se desenvuelve el Pontífice.