Con esa invocación a la alegría comienza un villancico de esos que se están perdiendo en el Alzheimer colectivo por la tradición.
Hace pocos meses, los usuales agoreros dictaminaron de nuevo el fracaso e inminente fin del capitalismo. Según los profetas de la destrucción, la pandemia había demostrado la inviabilidad del libre mercado a nivel global. La salvación del mundo, aseguraron, dependía únicamente de medidas autoritarias y de la intervención absoluta y permanente del Estado en todo aspecto de la vida humana.
Sin duda alguna este 2020 marcará nuestras vidas por siempre. Por el Covid-19 la fragilidad de la especie humana quedó en evidencia, virus que sin importar estrato, condición social, creencia religiosa o política golpeó miles de familias que perdieron seres queridos. Pasó un año que dejó inmensas tristezas, infinitas angustias y un nuevo orden, pero nos adentramos en el 2021 que, sin duda, será el año de la Esperanza.
En los esténtores de la moribunda administración de Donald Trump, se ha acordado la venta a Marruecos de un lote de cuatro drones de precisión por valor de 1.000 millones de dólares, referencia MQ-9B SeaGuardian fabricados por General Atomics con capacidad para portar armas y municiones guiadas por láser.
En la Glosa XII diserté sobre la barbarie de la corrección política, con base en algunas tesis de George Orwell y de Axel Kaiser.
En los últimos días la Corte Constitucional le ha dado tres fuertes golpes a la política fiscal del gobierno: en primer lugar, tumbó la sobretasa que se había establecido a los consumidores de energía de altos ingresos para sufragar gastos de empresas en dificultades como Electricaribe, que tiene inmensos pasivos a su cargo (incluidos los pensionales que superan el billón de pesos) y que iban a ser atendidos parcialmente con esta sobre tasa; en segundo lugar, declaró inconstitucionales las contribuciones que
Tuvo razón Winston Churchill cuando, apelando a las ideas de Bismark, afirmó que “un político se transforma en estadista cuando piensa más en la próxima generación que en la próxima elección”.
La pandemia ha generado también su propio lenguaje. Y en esa palabrería, ha venido teniendo especial connotación el referirse a los actos religiosos como ambientes propicios para la propagación del virus covid-19. En efecto, desde los inicios de esta crisis de salud, se ha hablado reiteradamente de los riesgos de las asambleas religiosas -misas, congregaciones-, de la noche de las velitas –vísperas de la Inmaculada Concepción-, de la novena –preparación a la celebración del nacimiento del niño Jesús-.
En ocasión del fallecimiento del Libertador Simón Bolívar, en Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830, salieron breves comentarios en la prensa colombiana y del exterior. La mayoría para cumplir con un rito, una especie de saludo a la bandera en el que se repiten las versiones protocolarias del deceso.
El derecho internacional ha dejado de ser un derecho de mínimos de coexistencia entre Estados, un conjunto de reglas básicas sobre lo que éstos pueden o no pueden hacer en sus interacciones más puramente políticas -la guerra, la paz, la amistad y el comercio-. Se ha ido ensanchando, hasta convertirse en un complejo (y a veces inasible) sistema jurídico, que abarca cada vez más ámbitos de las relaciones interestatales, y, también, un número creciente de fenómenos transnacionales que, por su naturaleza, no con