A propósito de la anulación que hizo el Consejo de Estado de la reelección del Procurador, vale la pena analizar algunos aspectos.
Colombia debe pensar en soluciones efectivas a sus problemas más apremiantes, como la escasa cobertura y la falta de calidad en su sistema educativo. Tenemos una profunda deficiencia en materia de educación que no permite ofrecer igualdad de oportunidades para todos y que amplía las brechas sociales, impidiendo superar la pobreza, la violencia y el subdesarrollo.
Según la presidenta de la Asociación Colombiana de Importadores de Licores (Acodil) Martha Patricia González, la demanda de licores en Colombia, particularmente en lo que hace relación al aguardiente que produce la industria nacional, cayó el año pasado el 32.7%. Llama poderosamente la atención que quien enciende las alarmas sea Acodil y no la Asociación Colombiana de la Industria de Licores (ACIL), que es la que produce el aguardiente. Como dice el adagio popular, afana más el velón que el dueño de la olla.
Desde temprana edad viví de cerca el conflicto armado que está terminando con las Farc. Mi padre fue el primer coronel del Ejército que murió por el conflicto, cuando siendo el Comandante de la Sexta Brigada decidió visitar las bases de patrullaje instaladas después de la operación Marquetalia, llevando regalos de navidad a las tropas, e inmediatamente después de entregarlos en una de ellas, sufrió un accidente fatal. Al mes ingresé a la Escuela Militar y después de 30 años de servicio en el marco del conflicto armado mi carrera militar finalizó por decir la verdad.
Se hacen cortos ya los días para que llegue el plebiscito que con tanta maña ha urdido el actual Presidente con su costoso equipo de asesores.
Los analistas de ambos bandos lo hemos dicho casi todo. No ha habido esquina, medio de transporte público, aula de clase o reunión social, donde no se haya hablado del famoso acuerdo de La Habana, no firmado aun, pero, en cambio sí, aprobado a las volandas por el Congreso, donde no se repitan los argumentos de las partes. Los medios de comunicación casi que agotaron todos los posibles titulares y es evidente que ahora se repiten.
Es hora de que los gobiernos del mundo fomenten la cultura del encuentro y practiquen menos el cinismo, con el reconstituyente de conciliar abecedarios y propiciar otros ambientes más armónicos, más justos, más de todos en el deber responsable, para que podamos llegar a una sintonía común dentro de la familia de las naciones. La crónica de los tiempos actuales nos demuestra que cada día somos más ingobernables, en parte por nuestra carencia afectiva para poder enfrentarnos a problemas complejos.
Partida en dos, y no entre los partidarios de la guerra y los de la paz, como pretende el Gobierno convencer al país y al mundo, porque, sencillamente, desde la de los Mil Días, expirando el Siglo XIX, Colombia nunca ha estado “en guerra” declarada contra ningún Estado ni grupo interno con calidad de “beligerante”, pues como tal no se puede calificar a la violencia narcoterrorista que -es cierto- ha asolado al campo durante décadas y, desde allí, al país todo. Dios nos salve de una guerra, algo que conocen los europeos y, ahora mismo, algunos países en el mundo.
Las Farc y la izquierda se sienten hoy más triunfantes que nunca, porque a la firma de un acuerdo que les concede poderes más allá de sus más optimistas deseos, sumaron la expulsión arbitraria del Procurador, último bastión de una institucionalidad forzada a someterse a sus exigencias y dictámenes. Presidente y Timochenko se concertaron para defenestrar al jefe del Ministerio Público, pero por razón de la prepotencia que los anima, olvidaron que toda conspiración exitosa se nutre de silencio.
Una rama de olivo del presidente Santos a la distensión política en medio de la campaña plebiscitaria sería ternar un conservador para el cargo de procurador general. Un conservador en quien confiara el Centro Democrático. Conservador o conservadora sin mácula alguna que pueda ofrecer garantías de imparcialidad absoluta en el debate presidencial que se avecina.
Todos los analistas del conflicto colombiano (de izquierda, de derecha y de centro), coinciden en que las raíces del conflicto se hunden en el problema agrario. Avanzar en la solución de estos viejos problemas agrarios del país es condición insoslayable para llegar a una paz sostenible y duradera.
Por eso no fue extraño que el acuerdo número uno de la Habana, cuya negociación tomó año y medio, ocupe lugar destacado dentro de lo que se acordó con las Farc.