* Agotado el modelo que le dio riqueza
* El reto ahora es la innovación
Desde 1978, año a partir del cual Deng Xiaoping, padre y artífice de la China moderna, pudo implantar su “socialismo con particularidades chinas”, ese país, gigante y superpoblado, inició la mayor, más acelerada y exitosa transformación económica de todos los tiempos y alcanzó las más altas tasas de crecimiento del PIB registradas en el mundo durante las últimas tres décadas.
Por ello resuenan e inquietan tanto las alertas que llegan ahora, acerca de los graves problemas que aquejan a su economía: crisis de su mercado inmobiliario, pérdida de negocios con muchos de los países que han sido sus principales socios, desempleo de más de 20% entre los jóvenes, caídas considerables en la demanda de bienes y servicios, así como de las exportaciones.
El cierre de todas las provincias durante varios meses -hasta comienzos de este año- por las restricciones extremas por la pandemia de covid-19, sacó a la superficie y terminó por agravar problemas acumulados durante los últimos tiempos. Hoy la economía china atraviesa enormes dificultades y exhibe vulnerabilidades que impactan e impactarán a muchos países, en especial a los 120 de los cuales es principal socio comercial. En esa medida, esta circunstancia será fuente de problemas geopolíticos en diferentes regiones del globo, porque está en entredicho el rol que traía como gran propulsor de la economía mundial.
No se trata de una crisis coyuntural porque su causa principal es, precisamente, el agotamiento del modelo económico sobre el cual lograron su vertiginoso ascenso y rescatar de la pobreza a más de 700 millones de personas durante medio siglo: grandes inversiones en infraestructura y en educación para elevar la productividad y atraer mano de obra rural hacia los centros urbanos. China se convirtió en estas décadas en la gran fábrica del mundo, pero su crecimiento de los últimos años se fundamentó en grandes inversiones inmobiliarias -edificios, plantas industriales- con cargo a una burbuja crediticia
Es imposible repetir indefinidamente ese modelo. China está rezagada en la tarea de convertir la suya en una economía de innovación y las tensiones políticas que ha generado Xi Jinping en los últimos años, en especial con Estados Unidos y con Europa, se lo dificultan aún más, pues, en defensa de sus intereses, restringieron a nivel local y desplazaron hacia otros destinos sus inversiones en todas las áreas de alto conocimiento y tecnología.
Al mismo tiempo, la industrialización produjo aumentos significativos en sus costos, en especial de mano de obra, lo cual terminó por estimular el traslado de fábricas a países como India y otros que hoy logran producir más barato que la República Popular. Tampoco tienen un mercado interno sólido que pueda absorber los excedentes que dejan las caídas de las exportaciones (y Xi Jinping se resiste a impulsarlo por temor de que termine por amenazar el predominio del Partido Comunista en el país).
Aunque el gobierno de Beijing ya comenzó la restricción de información económica a los mercados, hay hechos y datos que permiten dimensionar la gravedad de la crisis. Su moneda -el yuan- cayó en estas semanas a su nivel más bajo en los últimos 16 años, al tiempo que las principales calificadoras -Morgan Stanley, Barclays, UBS y Nomura- rebajaron considerablemente sus pronósticos de crecimiento. Igualmente hay luces rojas de gran intensidad en el sector inmobiliario con la quiebra de Evergrande y Country Garden, a lo cual se une la crisis de grandes fiduciarias como Zhongrong Trust, hechos que ya desataron una gran inestabilidad financiera.
China fue uno de los pocos países a nivel global que logró afrontar con éxito la crisis financiera de 2008. Pero lo hizo impulsando grandes proyectos de infraestructura para lo cual tuvo que expandir colosalmente su endeudamiento y el de los gobiernos locales. Eso limita poderosamente su capacidad de aplicar ahora los mismos remedios. En otras palabras, el gobierno ya no cuenta con herramientas como reducir tasas de interés, facilitar préstamos o inyectar grandes sumas de dinero en la economía. Quizá ahí se sustenten algunos titulares de grandes medios especializados en los últimos días: “El auge de China ha terminado” publicó The Wall Street Journal. “La economía de China no se arreglará” dijo, a su turno, The Economist. Parece que necesitan otra mente iluminada e innovadora como la de Deng Xiaoping pero, por ahora, no la tienen.
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