La sabiduría de lo antiguo

Los males más publicitados que afectan a los hombres y las mujeres de hoy en día estuvieron por muchos siglos un tanto a raya y de esta manera la vida resultaba un poco más segura y tranquila para la mayoría de las personas. Quizás la síntesis más lograda de un modo de vida que en verdad proteja la existencia humana sea la que está plasmada en los diez mandamientos de la ley de Dios.  Este decálogo trata de hacer muy visibles unos principios, un orden de cosas, unos límites, para que la gente pueda vivir con algún grado de sosiego, de confianza y esperanza. Cuando una visión ultraliberal de la vida se dedicó a desprestigiar los mandamientos, fue como volar el dique de una gran represa y así los habitantes de este frágil mundo hemos sido arrasados por una corriente, la más inhumana de todas, que, aunque pose de humanista, nos ha dejado a todos prontos a ahogarnos.

Los mandamientos tienen una estructura muy interesante. En primer lugar, desde el inicio dejan bien claro que por encima del hombre está ese ser absolutamente perfecto que es Dios y del cual no se puede esperar sino amor y misericordia, como también justicia verdadera. Solo Él es Dios. El sistema de pensamiento que predomina actualmente no cree en esto. Ha endiosado al hombre, pero al hombre le quedó muy grande esta misión y entre más funge de ser superior, peor es la suerte de la mayoría. El progresivo mostrarse de Dios le había servido a la humanidad para saber su origen, su misión y su destino. Abolido este punto de referencia, hasta donde esto no sea una estupidez sostenerlo, la humanidad quedó a la deriva y en manos de un subjetivismo sin límites donde cada cual está convencido de ser su propio dios.

En segundo término, los mandamientos tratan de aconductar a esta criatura, el ser humano que, desde la primera falta, el pecado original, no cesa en sus intentos por deshacer su original condición y dignidad. De ahí que lo invite taxativamente a amar la verdad, la honestidad y sobre todo la vida. Y a respetar la sexualidad. Mentir, robar, fornicar, matar, agredir, humillar y mucho más, resultó el subproducto de esa horrenda falta inicial consistente en desobedecer al propio Creador. Romper el vínculo con la mano creadora ha sido una pretensión de hombres y mujeres por mucho tiempo y que nuestra época ha exacerbado de una forma realmente malévola y soberbia. El lema de ese pensamiento predominante parece ser la autonomía suprema, la independencia sin límites, la voluntad de poder como la vela mayor de una nave llamada ser humano. De lejos se veían las consecuencias de este proyecto absolutamente egoísta: soledad, ruptura, ansiedad, adicción, depresión, tristeza y finalmente carencia de sentido. Y, sin embargo, levaron anclas y se emprendió la travesía que hoy es angustiosa para la inmensa mayoría.

Y, en tercer lugar, los diez mandamientos querían equilibrar sanamente las relaciones entre las personas. Que nadie use a nadie, que nadie se quede con lo ajeno, que nadie destruya la vida de la pareja, que nadie engañe, que nadie se adueñe de la vida de otro ni la destruya. Pero últimamente, como animales de presa sueltos, los hombres y las mujeres traspasan todos los límites y hacen realidad lo anunciado por el filósofo: el hombre, lobo para el hombre. Desde hace muchos siglos los puntos de referencia estaban determinados y no han perdido una coma de validez. Lo antiguo, es decir el diseño original, ya venía con el manual de la felicidad, del respeto y del sentido. Hay que hacer fuerza para recuperar los diseños originales, la antigua sabiduría, porque el hombre y la mujer haciendo de dioses son el fracaso más grande jamás visto en el universo.