El próximo 27 de febrero, Abdú Eljaiek cumplirá 90 años, de las cuales 70 han sido dedicados a captar el mundo con la lente. Es uno de los fotógrafos colombianos más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
No en vano por su cámara han pasado desde los campesinos boyacenses o los pescadores de la Costa, hasta intelectuales y políticos como Manuel Zapata Olivella, Enrique Grau, León de Greiff, Álvaro Mutis, Fernando Botero, Alejandro Obregón y Camilo Torres, entre muchos otros.
Su estética visual, su técnica y su capacidad para ver si una fotografía está bien hecha o no, las aprendió observando imágenes y caricaturas desde que era un niño.
“Siempre busco que mis fotos sean expresivas, espontáneas, que suelten, que hablen, que se expresen”, menciona Abdú en medio de una amena conversación con EL NUEVO SIGLO. Allí, el fotógrafo muestra su lado más humano, su gratitud con la vida y su carácter jovial.
Naturalidad y espontaneidad
A sus casi 90 años goza de buena vitalidad y una personalidad entusiasta. No le tiene miedo a nada y, mientras recuerda sus inicios y anécdotas en la profesión, su risa revela su afable naturaleza.
Abdú Eljaiek nació en Calamar, Magdalena, en 1933. Su familia, originaria del Líbano, había llegado a Colombia unos años antes buscando un mejor futuro. Él, de hecho, suele contar que su apellido en realidad era Hayek, como el de la actriz, pero que se convirtió en Eljaiek cuando el funcionario de migración llenó los papeles.
“En Calamar estuve hasta los tres años. Después me llevaron a Girardot, hasta los catorce. Y luego me trajeron a Bogotá. A esta ciudad no la cambio por nada del mundo, es la mejor de todas”.
Recuerda que en una oportunidad su papá le dijo que volviera a Líbano, pero él prefirió quedarse en Colombia. Cuenta que cuando era niño y aún no sabía leer, su padre lo ponía a leerle las tiras cómicas y solo con ver la imagen podía descifrar el mensaje.
“Después que yo le decía lo que los dibujos expresaban para mí, mi padre alegaba: ‘tu relato se aproxima casi al 100 de la realidad'”, refiere jocosamente Abdú, a quien le gustaban mucho Flash Gordon, Roldán el Temerario, Tarzán y Mandrake.
“Luego, ya más grandecito fui a estudiar en Bellas Artes. Fue cuando descubrí que también me gustaba dibujar y era bueno en eso. Lo hacía en carboncillo y me ganaba unos pesitos con los cuadros que hacía”.
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Retratos
Lúcido y alegre. Así es actualmente este hombre, que a través de siete décadas se dedicó a retratar historias, sentimientos y emociones a través de su fotografía. Dice que su mayor escuela fue el periódico "El Tiempo": “Allí estuve casi toda mi vida”, afirma.
Durante la charla, Abdú hace un recorrido por los personajes de la cultura colombiana que ha retratado, como Eduardo Caballero y León de Greiff, así como ha capturado a través de su lente el campesinado cundiboyacense y, además, recuerda aquella foto que le hizo a la modelo Dora Franco, el primer desnudo en Colombia. Solo fueron cinco fotos en las que la modelo aparece contra una biblioteca o recostada en un tapete, y en las que él juega con las luces y las sombras. Cuando salieron a la luz pública, en una exposición en el Colombo Americano en 1969, generaron una gran polémica.
El oficio lo aprendió de forma empírica. Recuerda que a los 20 años entró a la Televisora Nacional. Corría el año 1956 y Abdú experimentaba sus primeros pasos en el mundo de la fotografía, pero no tomando fotos, sino sosteniendo las lámparas: era asistente de de cámara; luego pasó a ser camarógrafo y editor. “Todo lo preguntaba y después lo practicaba”, relata.
Como fotógrafo comenzó a publicar en varios medios de comunicación. Su primera foto fue una imagen de La Rebeca, primera estatua femenina desnuda en el espacio público de Bogotá, situada en la localidad de Santa Fe.
“En la Televisora inicié con una Retina de 35 y con una Graflex Vintage de 4 por 5 de reportería. La primera camarita que compré era japonesa, una Yashica; la tuve hasta que comenzaron a saltarse los tornillos. Siempre revelaba los rollitos en el laboratorio de Leo Matiz, era el mejor en esa época”, recuerda.
Sus mentores
Sus influenciadores fueron Cartier-Bresson y Doisneau. Y en pintura tiene una fijación y admiración por Goya, Diego Velázquez, Rembrandt y Vermeer.
Tuvo el privilegio de conocer a la gran actriz Annie Girardot y a “la bella muchacha de los ojos de oro”, Marie Laforet.
“Pude hablar con ellas en el Festival de Cine de Cartagena; todavía podía defenderme en francés. Uno podía charlar con ellas tranquilamente. A Laforet le hice una foto en vestido de baño en una canoa”.
¿El secreto para hacer una buena fotografía?: “Ser intuitivo. Esperar el momento preciso, no forzar nada y que sea lo más espontánea posible. Soy muy autocrítico, sé cuáles son mis fallas, las conozco y trabajo en ello, pero no creo que se llegue a la perfección, la perfección no existe”, afirma.
Recuerda muy bien sus años dorados, sus tristezas y alegrías. A su mente viene un pueblo que visitó en México y que lo impactó por su belleza, su arquitectura y su historia: Taos.
“Uno de los mejores lugares que he conocido. Hice varias fotos de ese lugar. Soy de las personas que no necesitan tomar 100 fotos para escoger una sola. Tengo el ojo para captar el momento apropiado, es algo que aprendí desde que era niño”, dice.
También conoció al amor de su vida, Vicky, con quien estuvo casado durante 60 años. Ella ya falleció, pero cuando la recuerda le brillan los ojos y de su rostro se escapa una evidente y franca sonrisa.
Se ríe mientras comparte que tiene tres hijos, tres nietos y dos bisnietos. Aunque no dio detalles al respecto, asomó la posibilidad de hacer una exposición fotográfica por los 90 años, con imágenes inéditas y, de seguro, con un valor histórico.
También fue profesor en la Universidad de los Andes, en donde formó a una generación de fotógrafos que ahora siguen su legado y sus enseñanzas: hacer fotografías que hablen por sí solas.
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