El Dïa sin carro
Un costoso embeleco

Enrique Peñalosa instauró el Día sin carro en Bogotá en el 2000, cuando la iniciativa, que se aplicó por primera vez en 1997 en Gran Bretaña, se puso de moda y en 2002 llegó a su máximo cuando se realizó en 1.353 aglomeraciones urbanas de 37 países diferentes, aunque se aplicaba, no en toda la ciudad, sino en ciertos sectores, generalmente en el centro urbano y en días no laborables.

Hoy, en muy pocas urbes se acoge y creo que solo Bogotá y Medellín, en el mundo, lo aplican en toda la ciudad. Los principales argumentos a favor son que se crea conciencia de los perjuicios de los vehículos, se acostumbra a la población a utilizar el transporte público y se disminuye la contaminación ambiental. Políticamente, con el argumento populista de que la mayoría de los habitantes no tienen carro, solo una minoría privilegiada lo posee. Por esto los alcaldes no se atreven a abolirlo. En realidad, como lo vimos en días pasados, este Día sin carro se ha convertido entre nosotros en un festivo a medias, donde el comercio sufre grandes pérdidas, movilizarse al trabajo es una odisea para quienes quieren utilizar el transporte público (vimos las fotos de las estaciones de Transmilenio), los que no quieren someterse a esta tortura deben utilizar taxi (algunos lo han llamado el “día del taxista”), la contaminación no disminuye y no disminuirá mientras no se controle las emanaciones de CO2 de los buses. En resumen, el Día sin carro es una gran molestia para todos, incluyendo los sin carro y una apreciable pérdida económica para la ciudad.

Es imposible luchar contra el progreso. Aspiración normal es poseer un carro y conforme la situación económica de los colombianos mejora, mayor será este anhelo. Colombia es aún un país con poco número de carros per cápita y por vías. Recordemos la China de hace algunos años, donde la bicicleta era el medio de transporte más utilizado. China ha prosperado inmensamente y es hoy en día el país con mayor número de carros. Para agilizar el tránsito y si no se quiere invertir lo necesario en nuevas vías, se tiene que mejorar el transporte público y así, sin medidas autoritarias, se utilizará este último, como sucede en las grandes ciudades.

Hágase efectiva la prohibición de descargar mercancías en las principales arterias durante el día, policías en las intersecciones congestionadas, facilítese el acceso a la vía a la Calera en la calle 83, etc. Entonces si se puede restringir la utilización de los carros. La utopía del alcalde Peñalosa de asimilar el tráfico bogotano al de una bucólica población danesa donde la bicicleta permite llegar al destino en cinco o diez minutos nos está costando cara.