Yanis Florián / Enviada especial
Las historias que escribe Leonardo Padrón están ligadas al corazón, al amor, al encanto. El escritor, poeta, periodista y guionista de cine y televisión venezolano se caracteriza por su calidez y hablar pausado, pero, además por ser un pensador cuya lucidez alumbra el estropeado panorama de lo que parece ser un país entre paréntesis.
Un fabricante de historias que pareciera sacar de un baúl sin fondo. Un creador. Un cronista de contrastes; el más leído de su tiempo. Una brújula. Una voz autorizada. Un enamorado de Caracas, su ciudad, y de la montaña que la circunda: el cerro El Ávila.
Además, de ser el genio de una cantidad de producciones venezolanas y latinoamericanas, el escritor venezolano es la pluma detrás de “Pálpito”, la mundialmente exitosa serie de Netflix que tendrá segunda temporada el próximo 19 de abril. La serie ocupa los primeros lugares de audiencia, acaparando la atención de países que el propio autor de la obra no recordaba que existían.
Recientemente, estuvo en Cartagena en los Premios India Catalina del Festival Internacional de Cine, donde logró 10 nominaciones: “Para nosotros es una fiesta que estemos en la lista de nominados, es alegría para el espíritu, sentir que hay un reconocimiento por el trabajo porque sabemos que el India Catalina tiene mucho prestigio y ‘Pálpito’ nos sigue dando buenas noticias y lo mejor de todo es que es en víspera del estreno de la segunda temporada, el 19 de abril”, le dijo el novelista a EL NUEVO SIGLO en la ciudad amurallada.
Sus novelas
Leonardo Padrón acumula 19 libros publicados y traducidos a varios idiomas; una cuenta a la que se suma el haberse convertido en uno de los escritores más exitosos de la televisión venezolana, con más de 25 premios en su haber, y novelas que han sido vendidas a diversos países en el mundo entero “Amores de fin de siglo”, “Contra viento y marea”, “Aguamarina”, “El país de las mujeres”, “Amantes de luna llena”, “Cosita rica”, “Ciudad bendita”, “Eva luna”, “La vida entera” y “La mujer perfecta”.
Afirma: “cuando Netflix me planteó crear una historia que me entusiasmara y quisiera contar, de inmediato pensé en situaciones límites, circunstancias extremas que impliquen decisiones extremas. En contar una historia de amor en formato thriller. Se me ocurrió apelar a los sentimientos, a las emociones y a todo lo que tiene que ver con el corazón, porque es el órgano que se emociona o sufre con las maravillas o avatares del amor”.
Sin duda, el escritor decidió en esta oportunidad dejar a un lado lo metafórico y basarse en alguien a quien le roban literalmente el corazón, y en esa arena dramática surgió el submundo del tráfico de órganos.
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Su nostalgia
Para Leonardo Padrón, su país está viviendo profundos cambios en todos los ámbitos, mientras los venezolanos observan con actitud pacifista, conformista o indiferente. La nostalgia lo invade al tocar el tema: “La industria de la televisión está en terapia intensiva, por no decir que está en estado de coma y sabemos muy bien las razones. De hecho, es una de las primeras industrias que se derrumbó a raíz de la llegada del poder de Hugo Chávez. Pero nosotros seguimos escribiendo, creando historias, para no dejar morir lo que un día nos avivó. Contábamos con una industria tan poderosa en el discurso dramático latinoamericano, teníamos mucha presencia del género de la telenovela, pero lamentablemente hemos desaparecido del radar, estamos como entidades individuales, sin embargo, estamos dando la cara por nuestro país”, enfatizó.
Para Padrón, hablar de su trabajo en la televisión implica evocar su primera obra actoral, titulada, “Amores de Fin de Siglo”, escrita en el año 1995, que como lo ilustra su nombre era una novela ambiciosa que quería retratar la crónica de cómo se amaban y desamaban los seres humanos a finales del siglo XX, al escritor le parecía imperativo hacer un intento por dejar eso reflejado en el código de una telenovela, elaborando una propuesta que ha sido reconocida como su marca de fábrica, un supermercado de historias donde hay una buena cantidad de conflictos de parejas, en la que se intenta hurgar en la cotidianidad del amor, porque generalmente la telenovela te plantea un poco el amor idílico de la gente que se enamora a primera vista y en esa etapa todo es aparentemente perfecto o color de rosas y a él como escritor le gusta más presentar tramas enmarcadas en el amor real, diario, que se oxida, que va al supermercado o agarra el metro, se levanta con mal aliento, a ese amor que le cuesta tener el dinero para pagar las cuentas los quince y los últimos, ese es el sentimiento que siempre le ha interesado contar. En todo momento al escribir dramáticos se conecta con la identidad del venezolano y su huella digital, que es el humor, su picardía característica, que es una forma de ver el mundo.
Sin duda, le resulta muy difícil mencionar su incursión en la novela, porque se ve en la obligación de desterrar algunas de las producciones de una lista que de por sí, es injusta. Por ejemplo, “Cosita Rica” implicó un reto personal para él, por tener que elaborar una reseña de los momentos más convulsionados del país, una novela que se metió en la piel sociopolítica de la realidad de Venezuela. Le tiene un profundo cariño a la última que realizó “La mujer perfecta”, para el escritor tener que hablar sobre sus novelas de forma excluyente resulta igual que para aquella persona a la que le tienes que preguntar antes de salir de viaje a qué hijo monta en el crucero y cuál se queda en casa, no es fácil.
Pero aun así, su pluma no se detiene: “Escribir para mi es más que un oficio, es mi elección, un goce y una angustia, es una forma de vida o una manera de estar en el mundo”.
Desde que era un niño se “casó” con la lectura, atesoraba los cómics, tanto así que leía las comiquitas que luego intercambiaba por otros nuevos.
Posteriormente, cambió esas lecturas por los clásicos juveniles que luego los sustituyó por el hechizo que generó en él la literatura.
“Cuando era adolescente tuve la necesidad de enamorar a una mujer y la mejor herramienta que conseguí para tal fin fue la poesía, género con el que sigo atado”, cuenta.
Fue “Cien años de Soledad” y “Úrsula Iguarán”, de Gabriel García Márquez, el libro que encendió los fuegos artificiales en las pupilas del joven “Frank Zappa”, como lo llamaban sus amigos de entonces. Desde allí, el hacedor de historias le sigue.
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