Rodeado de su familia, de amigos, de sus pinceles y de sus lápices, Pablo Picasso se mantuvo al margen del ritmo agresivo de este fin de siglo (...).
Se levantaba tarde, dormía poco durante la noche y trabajaba mucho. Siguió pintando hasta poco antes de su muerte. Raramente abandonaba su hogar, le gustaba que vinieran a verle.
Cualquier visita le llenaba de alegría, pero sólo las aceptaba si estaba "listo para recibirlos", dice Henri Diacono, ex reportero de la AFP y amigo de Picasso, quien vivió la intimidad del pintor español en su masía de "Notre Dame de Vie" en la Costa Azul francesa cuando el maestro tenía 90 años, poco antes de morir.
A través de un sensible testimonio el periodista relata detalles de la vida del pintor y que, transmitido por la agencia al día siguiente de la muerte del artista, el 9 de abril de 1973.
"¿De qué sirve acoger a los que amo si tengo demasiado trabajo o estoy de mal humor? Prefiero no verlos, y abrir mis puertas sólo cuando estoy feliz, con buena salud y disponible", expresaba Picasso, según Diacono.
“Come por mí”
“Una noche, en 1971 se acostó más tarde de lo habitual. Jovial, nos acompañó hasta la puerta a las cuatro de la mañana, aparentemente menos cansado que todos nosotros, y tras habernos regalado chanzas (chistes) durante toda la velada. Esa noche nos reprochó nuestra "falta de apetito" y nos sermoneó”.
"Bebe, aún queda champán, anda, bebe por mí, yo no puedo..., come chocolate, a mí me lo tienen prohibido... La fruta confitada... ¿a qué es rica? Luego, con un gesto entre rabioso e hilarante, se levantó la camisa y nos mostró una cicatriz: todo este régimen es a causa de esto", dice el relato.
Una operación quirúrgica le imponía una dieta alimentaria muy estricta.
“Durante nuestros encuentros nunca hablaba de arte, de su trabajo. Pero guardaba curiosidad por todo, nos preguntaba y mezclaba sus recuerdos a nuestras respuestas”.
Televisión en familia
Era un hombre acogedor, pero también quería vivir en paz. No le gustaba para nada las peleas a su alrededor. Solo admitía el espectáculo de la tranquilidad, y cuando se ponía de mal humor, él mismo se encerraba con llave y rechazaba el contacto con “ese otro mundo, que no es el mío”.
Al caer la noche, antes de volver a trabajar, a veces se sacrificaba para "ver la tele en familia".
"Lo único que me gusta son los combates de boxeo o de lucha libre (...) todo lo demás me sobra", decía Picasso. Pero también le gustaba divagar por sus recuerdos, de los que solo guardaba, "expresamente", lo divertido.
Como esa noche que había salido con su esposa Jacqueline a Cannes, diez años atrás. Su última salida "en sociedad".
Picasso solía recordar que esa noche se puso su viejo esmoquin, el único que poseía. "Estaba apolillado debajo de las mangas. Así que me quedé toda la noche con los brazos tiesos. Jacqueline se puso un vestido de noche al que le faltaban algunos botones. Yo mismo se lo remendé con un imperdible".
"Estaba feliz", recordaba… "Incluso se acercó una mujer para invitarme a bailar. Me negué", explicaba Picasso, que en esa época tenía 80 años.
La muerte siempre estaba ausente de esas largas conversaciones. Cuando citaba a algún amigo fallecido, siempre hablaba de él en presente, nunca en pretérito imperfecto (...).
La última imagen que guardo del pintor es la de un hombre que sonreía, sin aparentar su edad. Apretaba la mano de su esposa, vestido con su ropa favorita: pantalón de pana, camisa a cuadros, un chaleco de lana.
Asiduo del sur de Francia
Picasso decidió a mediados de su vida instalarse en el sur de Francia, especialmente en la Costa Azul, lo suficientemente cerca de su patria natal, y del mar Mediterráneo.
Cuando llega a París en 1900, "echaba mucho en falta ese vínculo con el mar", explica Camille Frasca, historiadora del arte y una de las coordinadoras de un vasto proyecto, "Picasso - Mediterráneo", que entre 2017 y 2019 retrató esa relación.
Picasso descubre a partir de la década de 1910 el sur francés: Céret, aldea de los Pirineos Orientales, a pocos kilómetros de España, luego la Provenza, con sucesivas residencias en Sorgues, Aviñon y Arles.
La Costa Azul será su próxima parada en 1919, pero tardará aún décadas antes de instalarse definitivamente en esa región.
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En esa época disfrutaba del mar. Será tras la Segunda Guerra Mundial cuando se decide definitivamente por la vida lejos de París.
"Como pez en el agua"
"Picasso era muy sensible a la atmósfera y al tiempo que lo rodeaban, las pinturas de los años 1940 son muy sombrías. Cuando vuelva a bajar a Antibes, su paleta se aclara mucho", explica Jean-Louis Andral, conservador del museo Picasso de Antibes.
"La alegría de vivir" o sus pinturas sobre el mito de Ulises demuestran esa libertad de espíritu.
"Le atraía mucho el aspecto mitológico de este Mediterráneo un poco ensoñador, con centauros, faunos, ninfas", refiere el experto.
La Costa Azul se convierte en un terreno fértil artísticamente, que además se amplía cuando Picasso se lanza a la escultura y a la alfarería.
En Antibes "tiene mucho espacio para pintar" e inicia "sus colaboraciones con los alfareros de Vallauris", afirma Camille Frasca.
En comunidad gitana
En los años 1950 compra una magnífica villa, ‘La California’, en las alturas de Cannes.
"Se da cuenta de que tiene una magnífica calidad de vida, que puede vivir tres cuartas partes del año, prácticamente con el torso desnudo", añade Andral.
En 1953 conoce en esa localidad de tradición gitana a Lucien Clergue, uno de los futuros fundadores de los Encuentros internacionales de la Fotografía de Arles.
"El sur era muy importante para Picasso porque lo mantenía cerca de España, donde nunca quiso volver mientras Franco estuviera en vida. En Arles, con su comunidad gitana, con los toreros que venían de Barcelona, se sentía como pez en el agua", recuerda Anne Clergue, hija del fotógrafo.
Arles era, también la ciudad de Van Gogh y de Cézanne, figuras tutelares de Picasso.
En esa Costa Azul de largos veranos y visitas de amigos vivía también Henri Matisse, una referencia artística para Picasso. Matisse falleció en Niza en 1954.
Picasso adora viajar por la región, pero a partir de los años 1960 pasa cada vez más tiempo en sus sucesivos domicilios, donde pinta y recibe a su numerosa familia, a los amigos y a los clientes.
En Vauvenargues (donde será enterrado en 1973) compra un enorme castillo. Pero será en Mougins, en una masía de estilo provenzal, donde pasará sus últimos años.
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