¿Seducir congresistas?

He reflexionado sobre el real caso de una estrategia presidencial para doblegar por vías “non sanctas” la lealtad de los congresistas con la decisión de sus respectivos partidos políticos frente a la propuesta de reforma al sistema de salud.

No se trata de una cuestión superficial. Ni de un hecho casual. Lo que está en juego es la naturaleza democrática de nuestro sistema político. El Presidente fue elegido por un porcentaje de votos que no le otorga un poder total. Aún si hubiera sido elegido por la unanimidad de los votos que se expresaron en la segunda vuelta, se diría que tiene una fuerte legitimidad, pero no un poder total. Aún, si hubiera sido elegido por la unanimidad del potencial electoral, más de treinta millones de votos, tampoco tendría ese poder total. Es que constitucionalmente tenemos una separación de poderes: Ejecutivo, Legislativo, Judicial. Y, además, unos poderes autónomos, como la Junta Directiva del Banco de la República. Cada uno de esos poderes tiene límites. Y cualquier abuso o exceso está sujeto a controles o sanciones.

El funcionamiento del Congreso está ligado a la organización y disciplina de los partidos políticos o sus similares. Buscar un comportamiento individual de los miembros del Congreso o de algunos de ellos por medio de un proceso de seducción basado en prebendas (empleos, contratos, privilegios, honores, etc.) es un atentado directo y brutal contra la democracia. Si ello fuera normal, sería imposible la manera de actuar del parlamento británico, por ejemplo. Todo el esquema democrático, gobierno y oposición, está montado sobre el respeto de la mayoría gubernamental y el respeto a la fuerza política y electoral de la oposición. Si no fuera así, todo el sistema electoral, el tema de la financiación de los partidos y el reglamento del Parlamento o del Congreso sería un juego de apariencias. Una farsa.

La oposición es la alternativa legítima al gobierno en ejercicio. Es el respeto mutuo el que garantiza el apropiado desempeño de cada uno en el presente y en el futuro. Hoy por mí, mañana por ti. Es la regla de oro que permite que exista ese juego democrático que luego se traduce en un proceso electoral para definir quién es gobierno y quién oposición. Ello es clarísimo en un sistema parlamentario. En un sistema presidencial no es tan evidente.

Si existe una coalición de gobierno lo que se espera es que ésta funcione como un partido de gobierno. Y no, de ninguna manera, como gobierno y oposición, al mismo tiempo. Por ello es tan difícil construir una coalición de gobierno integrada por varios partidos. Y por ello es indispensable que existan unas reglas mínimas sobre la gobernabilidad democrática de la coalición. Un partido político no se incorpora a una coalición de gobierno a no ser que tenga una voz significativa en el desempeño de esa coalición. Es que no entra a decir “sí” a todo sino a participar en la construcción de unos lineamientos que no resultan incompatibles con su ideario, con su tradición, con sus ejecutorias. No es fácil un gobierno de coalición, Requiere procedimientos para construir consensos.

Anunciar una estrategia de seducción es un abuso de poder. Es destruir los partidos. Es destruir su liderazgo, es hacer inútil el proceso electoral. Es desacreditar la política. Es convertirla en una plaza de mercado, en la cual está todo para la venta. Es renunciar a los ideales, a las convicciones, a las ejecutorias, a las realizaciones que enorgullecen una fuerza política.

Con disciplina de bancada o sin ella es fundamental que se respete el liderazgo y lo que representan las fuerzas políticas en una democracia. Si de lo que se trata es de comprar y vender sobra la institución parlamentaria, sobran los partidos, sobran los liderazgos, sobran las ideologías, sobra la historia. La política es mucho más noble que eso. Se inventó para luchar por el bienestar común y ello es lo que le da respetabilidad, legitimidad, credibilidad y confianza a las instituciones políticas y a sus principales actores.