Jacqueline Goldberg reúne en más de una treintena de libros su trayectoria narrativa en la poesía, la literatura infantil, el ensayo y el género testimonial. El trabajo literario de la escritora venezolana aparece incluido y reseñado en antologías en más de quince países. En 2018 representó a su país como escritora residente en la Residencia de Otoño del International Writing Program de la Universidad de Iowa, Estados Unidos.
Su lugar en la literatura venezolana se lo ha ganado gracias a su destacado trabajo literario. Tanto así que ha sido merecedora de una vasta lista de reconocimientos y premios, entre los que se destacan el Premio Los Mejores Libros 2020, que otorga el Banco del Libro en Venezuela, y el Premio Fundación Cuatro Gatos 2020 (Miami, Estados Unidos).
Estará en Bogotá en la Feria del Libro (FilBo), donde promocionará su más reciente publicación, “El niño que desayunaba de noche”, con la editorial Panamericana, además de participar en una serie de conversatorios y recorridos por varios colegios de la capital. Sobre su visita al país y de su trayectoria habló con este diario.
EL NUEVO SIGLO: ¿Cuáles son las expectativas en esta edición de la FilBo?
JACQUELINE GOLDBERG: Tengo dos queridísimas casas editoriales en Colombia: Panamericana y Tragaluz. Voy a presentarme en la Feria del Libro con Panamericana el 21 de abril con el libro “El niño que desayunaba de noche”, y también estaré en un conversatorio con una escritora chilena y con Ana Díaz, escritora venezolana de literatura infantil que vive en Colombia.
ENS: ¿De qué se trata su más reciente publicación, "El niño que desayunaba de noche"?
JG: Es un libro para mostrarles a los más pequeños algunas de las transiciones que vivirán mientras crecen, y también un camino inspirador para que los adultos recuerden esas peripecias vividas en el trayecto hacia la madurez. Además de ofrecer una historia sensible para guiar a los niños en el desarrollo de su personalidad, este relato, ilustrado por Andrés Rodríguez, tienta a nuestro niño interior recordándole la vitalidad de su compañía en aras de la felicidad. Dejar fluir a ese niño es confesar que estamos vivos, que somos flexibles ante la realidad.
ENS: ¿Cómo sobrevive la literatura en un país donde hay un desequilibrio económico y social?
JG: Escribir nunca ha sido fácil en ningún lugar del mundo, y menos en donde abundan entornos inestables. Está claro que escribir es de oficio y en Venezuela a pesar de todo el contexto se escribe, la letra no ha muerto. Todo escritor, poeta o autor es capaz de escribir y hacer literatura pese a las dificultades de su entorno; es su deber como gestor cultural.
ENS: ¿Cómo han hecho los escritores de su país para no dejar morir la literatura?
JG: La literatura sigue vigente ante todo. ¿Cómo? De alguna u otra forma se hace literatura, así la situación esté terrible. Eso nunca impide escribir, la vida está llena de historia, de casos y situaciones, por ejemplo, ha habido situaciones muy críticas de personas que desde las cárceles hacen sus libros.
ENS: ¿Cómo surgió la idea de ser escritora?
JG: Yo escribo desde que era niña. Tenía nueve años cuando empecé a escribir poemas, un poco cursis, sobre todo eran textos narrativos. Luego, con los años empecé a formalizar mi comunicación y cuando tenía 16 años entré a un taller literario. Ya en la Universidad del Zulia empecé a tener más conciencia sobre esta área, me gustó mucho el mundo de las letras y con en ella me quedé. Recuerdo que mi papá tenía muchos libros en la casa y al principio fue más una necesidad de comunicarme, porque tenía una discapacidad de niña y era que mis manos temblaban un poco y tartamudeaba, entonces los libros me ayudaron a hacer catarsis, a expresarme, y fui haciendo de la escritura un espacio sagrado donde me sentía muy bien, allí nadie podía herirme, es como mi refugio
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ENS: ¿Qué satisfacciones le ha dado ser una destacada escritora venezolana?
JG: La literatura es mi vida entera, llevo 39 años enamorada de las letras y poder hacerlo desde mi país me anima a seguir escribiendo. No hago otra cosa sino pensar en escribir: poesías, novelas y ensayos que son los que más satisfacciones me han dado. Pude viajar a Bogotá por segunda vez a una FilBo, el año pasado estuve dos veces en Colombia. No he querido decepcionar a mi público.
ENS: ¿Ha visto alguna similitud entre la literatura colombiana y la venezolana?
JG: Diferencias hay en todas partes, no solo entre estos dos países. He visto diferencias, empezando por una situación que me parece cruel y es que estamos a pocos kilómetros y a unas horas de avión y cuesta mucho conseguir libros de autores colombianos y venezolanos. Entonces eso demuestra una frontera dura, a pesar de los hábitos que se han infundido en las escuelas. Recuerdo que en el pénsum del colegio estaba el libro “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, y tocaba leerlo, además de otros narradores colombianos.
ENS: Según su perspectiva, ¿cómo fomentar la lectura en los jóvenes y niños con tantas distracciones tecnológicas?
JG: En este momento es muy complejo, porque la lectura compite con una cantidad de elementos que son feroces. Efectivamente la tecnología es uno de ellos. Pero creo que el hábito de tomar un libro viene de casa, de inculcar ese amor por las palabras, hacer entender que no es una competencia con otras plataformas, como el cine, la televisión o el teatro, porque eso de alguna manera lo complementa. Entonces creo que lo principal es fomentar el hábito sin obligar al niño, porque eso tiene que nacer de la persona, para que así pueda disfrutar de cada palabra.
Sobre la autora
Nació en Maracaibo, Venezuela. Sus días transcurren entre la poesía y la gastronomía. Todos sus libros de poesía publicados hasta 2006 fueron recogidos en "Verbos predadores, poesía reunida" 2006-1986 (2007). Luego aparecieron "Postales negras "(2011), "Limones en almíbar" (2014) y "Nosotros, los salvados" (2015).
Es autora de doce libros infantiles, tres de ellos publicados en Colombia. Con Panamericana Editorial ha publicado los libros para niños “Benjamín caballito de mar” (2003) y “El niño que desayunaba de noche” (2016) y forma parte de la antología “La puerta que no quise abrir” (2020), junto a autores como Afonso Cruz, Fanny Buitrago y Carlos Chernov.
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