Cada ocho días, el tiempo de las reuniones y los informes se detiene y mi mundo se vuelve un mejor lugar para habitar. Cada semana abro la puerta del salón en el colegio Merani y, al cruzarla, solo parece existir lo importante; la vida bulle entre los estudiantes del seminario de arte y culturas. Junto a estos 46 adolescentes, y a mis dos compañeras profesoras, yo me reconcilio con el presente y me abrazo con fuerza a la idea de futuro. Es mágico.
El seminario está concebido como un espacio de libertad, un lugar para explorar y para expresar. A partir del análisis de la vida y obra de los artistas, nos sumergimos en reflexiones que invariablemente desembocan en nuestra propia existencia. Los jóvenes, hombres y mujeres de 15, 16 y 17 años, escuchan, opinan, argumentan, cuestionan, contradicen y enriquecen cada premisa. Las personalidades, los gustos, las experiencias, los acentos, las maneras de hablar, de callar, de vestirse y las formas de entender la vida, afloran en cada discusión y nos recuerdan que el mundo es diverso, por fortuna.
En unas cuantas semanas hemos hablado de la guerra y de la muerte, del odio y del amor y de lo más humano de esta humanidad, la contradicción. La capacidad del arte de hacer visibles la xenofobia, el racismo, la misoginia y las otras formas de exclusión, surge permanentemente en la conversación. La cultura de masas, la sociedad de consumo y el papel de la industria también son temas recurrentes. Las discusiones empiezan en el contexto de los creadores y sus creaciones, en otros tiempos y espacios, pero siempre terminan en Colombia, en su eterna violencia, en su capacidad de resistencia y en este empeño de la vida por prevalecer.
Chaplin, Le Cobusier, Casals, Bach, Isadora Duncan, Los Beatles, Andy Warhol, Gabriel García Márquez y Fernando Botero se sorprenderían de la profundidad de las conversaciones que han sido capaces de desatar entre estos jóvenes, tan jóvenes. Con Shakespeare fueron especialmente receptivos, para mi sorpresa y en contra de mis propios prejuicios. La complejidad de sus personajes, llenos de matices, resonaron en un lugar muy hondo e interpelaron las nociones de la identidad y de lo que nos hace humanos, más allá de los roles socialmente construidos. En el centro de las discusiones, al final, siempre está la pregunta por el ser, esa es la cuestión.
Yo los escucho, con admiración, y no me cabe en la cabeza que en las redes sociales circulen comentarios displicentes sobre esta, la Generación Z. Lo que yo recibo, al contrario de lo que exhiben burdamente los memes, es maravilloso. Esta generación no está dispuesta a que la vida le pase por encima y se la lleve a la deriva, se aferra a su capacidad de ser, hacer y transformar. Mi admiración total para los más jóvenes.
Nosotros, los mayores, deberíamos aprender más de ellos; tal vez lo único que necesitemos sean espacios de libertad para explorar, para expresar y para ser; esa es la cuestión.
@tatianaduplat
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