Nicaragua, la pequeña nación que tiene una historia de sufrimiento bastante parecida a la nuestra o a la de cualquiera de sus vecinos centroamericanos, está otra vez enfrentando profundos y graves estallidos sociales. Y lo grave no es que los estudiantes y muchos de los ciudadanos del común estén protestando en las calles contra la pretendida reforma del Seguro Social que imponía una reducción del 5% en las pensiones y el establecimiento de un impuesto para los servicios de salud, sino la salvaje violencia con que el gobierno de Daniel Ortega las reprimió, al mejor estilo de Anastasio Somoza.
30 muertos era la cifra que manejaban los medios de comunicación hasta la hora en la que el Presidente Daniel Ortega le informó al país que mediante el Acta 308 del Consejo Directivo del Seguro Social se revocó la Resolución del 16 de abril de 2018. Un cruento resultado para cualquier país y para cualquier sistema económico. Pero una tragedia vergonzosa para un país tan pequeño como Nicaragua y para un sistema de gobierno que se supone de izquierda “del lado de los trabajadores y del pueblo”.
Tienen razón los que dicen que cualquiera de izquierda que llega al poder, automáticamente se vuelve de derecha. Y como no hay peor fanatismo que el de los conversos, resulta que no hay gente más autoritaria y más antidemocrática que aquella que ha conquistado el poder oponiéndose al autoritarismo.
Lo de Nicaragua ha sido una tragedia desde el año de 1979 cuando triunfó la revolución sandinista. Aupados en el nombre de Augusto César Sandino y legitimados por la extensa duración de la dictadura familiar de los Somoza Debayle el FSLN logró ganar la guerra e instalarse como el nuevo poder en ese país.
Pero no habían acabado de celebrar el triunfo cuando ya empezaron los otros problemas del país. Casi inmediatamente los Estados Unidos de América fundaron una guerrilla contrarrevolucionaria, financiada con dineros del narcotráfico que tuvo dentro de sus comandantes a uno de los más carismáticos jefes de la guerrilla del Frente Sandinista. Edén Pastora, el Comandante Cero, famoso por haber planeado una de las mayores operaciones guerrilleras en América Latina, la toma del Parlamento Nicaragüense (Operación Chanchera), terminó guerreando contra sus propios ex compañeros.
Tomás Borge y Ernesto Cardenal, dos de los más emblemáticos miembros de la Revolución sandinista escribieron y manifestaron públicamente su desencanto con el desempeño y evolución del sandinismo en el poder. Una revolución robada dijo alguna vez Borge, a quién también acusaron de haberse enriquecido con bienes expropiados durante un período que en ese país conocen como “La Piñata”.
En Nicaragua se realizó una cruenta guerra civil para librarse de una dictadura familiar que manejaba el país como una finca. Hoy, 38 años después, el país sigue en manos de una dictadura familiar y aún hoy lo manejan como una finca. Pasaron de los Somoza Debayle a los Ortega Murillo.
Lo único que ha cambiado en Nicaragua en estos 38 años es que ahora tienen 90.000 kilómetros más de mar. El que le ganaron a Colombia con la invaluable ayuda de La Haya.
@Quinternatte
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