En el debate presidencial, preocupa que la política internacional de Colombia haya sido la cenicienta entre los temas abordados a lo largo de las controversias y propuestas. Es cierto que las circunstancias de la vida cotidiana de los ciudadanos constituyen elemento primordial de la política porque atañe a sus condiciones de vida, a sus aspiraciones y a sus perspectivas de futuro, pero también es verdad que la política exterior es indispensable a la seguridad y soberanía nacionales y a la preservación de la integridad del territorio. La política exterior exige visión estratégica y esfuerzo constante, sostenido y coherente con los intereses nacionales y de su conducción dependen en mucho las capacidades de un Estado de cumplir son sus finalidades y responsabilidades.
Después de ocho años de unas relaciones exteriores contaminadas de una excesiva vanidad del gobernante, los retos y amenazas se han venido acumulando sin que respuestas apropiadas se hayan ejecutado en defensa de la nación. La apuesta por la paz se contrajo a la búsqueda del premio Nobel y hoy parece tornarse en quimera. Colombia confronta desafíos, enormes, de origen interno y externo, que amenazan su seguridad y soberanía y que exigen políticas conducentes y eficaces que desvanezcan los peligros que se ciernen sobre el país.
Nuestras fronteras son tierra de nadie. Allí florecen la delincuencia, el narcotráfico y la violencia, amparadas por impunidad y por la incapacidad del estado de proteger a sus ciudadanos y someter a los delincuentes. En la frontera venezolana se suman la clara protección del gobierno de ese país a las bandas armadas que se financian del narcotráfico, con protección de los poderosos carteles mejicanos, y una incontenible inmigración que comporta retos y amenazas en la provisión de servicios y en el mantenimiento de la seguridad nacional.
En las fronteras con Brasil, Ecuador y Perú se despliegan grupos armados ilegales y narcotraficantes que delinquen sin consideración a los límites fronterizos o la nacionalidad de sus víctimas.
El incremento descomunal de los cultivos de coca, consentido por el gobierno, retrotrae la agenda con los Estados Unidos a épocas que creíamos superadas y debilitan la acción regional de Colombia. Y el torpe manejo de las demandas de Nicaragua en la Corte Internacional de Justicia, en manos de una rosca inepta y costosa, puede significarle a Colombia la pérdida de extenso mar territorial.
Nunca antes en la historia del país se acumularon tantos y significativos desafíos. No serán los candidatos continuistas, o el cercano ideológica y políticamente al legado de Chávez, o el que nada en la indefinición del Ni-Ni, los que afrontarán la situación. Duque y Marta Lucía son la esperanza de los colombianos para defender la seguridad y soberanía nacionales.
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