La muerte de Hitler

  • 75 años de entonces a hoy
  • Una visión del mundo más completa

 

 

Hace 75 años Adolfo Hitler se suicidó en su madriguera de hormigón, en Berlín. Así lo hizo una vez supo que el cadáver de su paradigma, Benito Mussolini, había sido colgado bocabajo, en la plaza central de Milán. Fue ahí cuando ciertamente finalizó la Segunda Guerra Mundial. Faltaría, sin embargo, la bomba atómica, para cerrar el flanco bélico del Pacífico y producir la rendición japonesa. Pero los dos emblemas de la hecatombe, con saldo final de 70 millones de muertos en el mundo, desaparecían de la faz de la tierra sin que ninguno hubiera sido juzgado en los tribunales.

La respuesta mundial ante el fascismo y el posterior fracaso del comunismo fue, durante las siete décadas y media hasta la actual irrupción del coronavirus, el afianzamiento paulatino del sistema democrático, la adopción económica del libre mercado y últimamente la obsesión por las tecnologías. Esa concepción llevó a un efecto palpable del desarrollo humano, aunque algunos vieron en ello una presunta infalibilidad material que alcanzó a dejar de lado el sustrato espiritual impostergable de la naturaleza humana.

Inclusive algún pensador de influencia llegaría, ya superado el fascismo y al término del comunismo, a proclamar tajantemente el fin de la historia. De hecho, planteó un nuevo direccionamiento de la humanidad con base en la lógica de la ciencia moderna (que a la larga se confundió con tecnología) y la expansión de las libertades, sin alinderamientos. En últimas, decía, la concepción hegeliana del reconocimiento individual era el único fin íntimo y latente del ser humano, cualquiera fuera la órbita de su actividad.

Más recientemente, otro analista, cuyos textos se han vuelto libro de cabecera de muchos, hace un recuento del homo sapiens de la caverna hasta hoy, para señalar los aspectos esenciales de la aventura humana y los elementos que subyacen inmodificables pero que han encontrado respuestas novedosas en los factores tecnológicos, desde la Segunda Guerra Mundial y con gran expectativa en la inteligencia artificial.

De otra parte, está también otro pensador que bien vale la pena leer y quien hace un desarrollo pormenorizado desde la Ilustración hasta la actualidad, para dar a entender cómo desde entonces el planeta ha logrado, con todo y sus vaivenes, un desarrollo de mucho mayor alcance democrático e igualitario a las épocas previas. Y están, por supuesto, quienes desde su propio foco político pretenden hacer valer sus teorías polémicas, ya dándole un giro extremista al cambio climático o articulando una plataforma neomarxista desde la cual enfocar los fenómenos económicos.

Al mismo tiempo, con la crisis planetaria por el coronavirus, muchos pensadores y filósofos, incluidos todos los anteriores, han salido a los medios o han escrito ensayos con el propósito de explicar qué es lo que está ocurriendo. Desde luego, no es fácil acertar y es poco, en suma, lo que se aduce de nuevo y que dé respuestas eficaces al hecho elemental de que el mundo, como pocas veces en épocas recientes, se encuentra ante un fracaso descomunal de la ciencia.

En la misma medida hoy la pregunta, por supuesto, es cómo pudo desatarse la nefasta patología en China y cada día cobra menos credibilidad la justificación según la cual se fraguó repentinamente de un murciélago a un humano en un mercado de Wuhan. En consecuencia, de haber reconocido la importancia insoslayable de la ciencia con el presupuesto debido y la atención correspondiente, además sin el lesivo burocratismo internacional, podría haberse evitado o al menos morigerado la incertidumbre y tragedia actuales. Porque todo parte de ahí. Y hasta que los científicos no recuperen la iniciativa y no encuentren una vacuna y un tratamiento idóneo para frenar el impacto virológico seguiremos usando mecanismos arcaicos y contrarios a la naturaleza humana, como las cuarentenas y el aislamiento social. Lo cual nos ha puesto, desde luego, no solo automáticamente en la Edad Media, sino ante la eterna levedad o fragilidad del ser.

Puede decirse, asimismo, que hasta el momento la incidencia del virus no sea letalmente igual a la del cataclismo de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, hay actualmente más de un 30 por ciento de recuperados dentro del contagio planetario y los decesos rondan  una cifra menor al 10 por ciento, con énfasis en los adultos de edad avanzada. Lo que, por su parte, muestra también que, si mucho ha hecho la humanidad en prorrogar el promedio de vida, más bien poco en su calidad frente a esa prolongación.

En tanto, la derrota de los totalitarismos encarnada en las muertes de Hitler y Mussolini, hace 75 años, y siguiendo más adelante con el rotundo fracaso de Stalin y sus sucesores del comunismo, permitió cantar victoria y aquilatar una visión del mundo. Sin embargo, la crisis actual nos muestra que, si bien estaban puestas las bases que por desgracia se confundieron con el todo, faltaba mucho por transitar en la ruta adecuada a los propósitos políticos, económicos y sociales esenciales.