* ¿Un gabinete para la concertación…
o uno para el hundimiento de reforma a salud?
Habíamos dicho en el editorial publicado ayer, sobre la remoción del gabinete del presidente Gustavo Petro, que la intempestiva noticia de la renuncia protocolaria de los ministros, dada en la noche del martes, se producía en medio de las “cumbres borrascosas” en que se desenvolvía el país. Y ahora es posible confirmarlo, luego de la salida de buena parte de los colaboradores que, con los siete integrantes del día anterior, suman diez desde la posesión presidencial: más de uno por mes si fuera del caso hacer un promedio de este tipo.
Ciertamente, la primera sorpresa fue la aceptación de la renuncia del titular de Hacienda, José Antonio Ocampo, que se suponía la única ficha inamovible del consejo de ministros. La verdad sea dicha, en medio de los vaivenes de un gabinete que solía transcurrir en arenas movedizas (en particular en este año) y vivía sometido a los oleajes de la retórica suscitada desde la Casa de Nariño o entre los mismos ministros, la figura de Ocampo descollaba por la repulsión de la facundia, sus exposiciones atadas a cifras precisas, la distancia ante el denominado activismo, el desprecio por la trinomanía tan de moda e inclinado a la argumentación técnica sobre lo que podía o no llevarse a cabo dentro de límites fiscales exactos.
Incluso, fue el hoy ex ministro de Hacienda quien recibió un atronador aplauso en el hemiciclo parlamentario, luego de la aprobación de la reforma tributaria a finales de 2022. Y si bien logró resultados impositivos de amplio alcance, cuyo impacto, no obstante, todavía está por verse en el desempeño general de la economía y la creación de empleo, buena parte los mercados, tanto nacionales como internacionales, depositaron la confianza en sus actividades. De hecho, los índices del primer trimestre de 2023 son menos catastróficos de lo que se esperaban, al menos en cuanto al aterrizaje de emergencia de la economía en medio de la abrupta desaceleración mundial, aunque desde luego sería un despropósito no advertir, con energía, que todas las alarmas permanecen encendidas.
Aparte, pues, de lo que parecería una decisión del primer mandatario de cesar a quienes le hicieron contrapeso al contenido de su reforma a la salud dentro del gabinete (el propio Ocampo, Cecilia López y Alejandro Gaviria), y pese a que él mismo pidiera dar el debate, lo cierto es que el sucesor en la cartera de Hacienda, Ricardo Bonilla, deberá ante todo enviar las mismas señales de estabilidad y desempeño responsable de su antecesor. De suyo, así lo hizo apenas supo de su nombramiento. Y no está para nada mal que lo haga. Ya se sabe, por ejemplo, que la sensibilidad del dólar y su devaluación impacta ipso facto sobre la inflación, el peor “impuesto” que hoy radica en cabeza de todos los colombianos. Por demás, y en muchos otros aspectos económicos, es un requerimiento que el país y los mercados asimilen lo que, de suyo, pudo haber sido una designación, aunque fuera en cierta medida, anunciada con algún preaviso o gradualidad. Y así evitar la sorpresa. Por supuesto, tampoco podrá decirse que Bonilla no tiene la experiencia para el cargo y es posible reconocerlo como una persona ecuánime; preparado tanto en lo académico como en la función pública. Además, para nadie es secreto que el Presidente lo tenía listo para en cualquier momento suceder a Ocampo.
En esa tabla rasa, por decirlo así, frente a todo lo atinente a la reforma a la salud, la renuncia aceptada de la ministra del ramo, Carolina Corcho, no se esperaba. Pero es un acierto. Al contrario de lo que se pensaba, ahora es claro que se había convertido en un lastre para el propio primer mandatario. Es probable, sin embargo, que ya sea tarde en los propósitos de concertación de la reforma que ella siempre impidió. A primera vista, su reemplazo, Guillermo Alfonso Jaramillo, tendría una mayor amplitud de mira y capacidades políticas para un mejor desenvolvimiento al respecto. Y es posible que, en esa dirección, logre la sintonía con el nuevo ministro del Interior, Luis Fernando Velasco, en vez de lo ocurrido con el saliente, Alfonso Prada.
Por su parte, desterradas las cuotas de los partidos oficialistas (Conservador, Liberal y de la U), sobre lo que ya habrá tiempo de comentar sus sustitutos, queda pendiente de saberse qué ocurrirá con la reforma a la salud y su muy precaria situación en el Congreso. En principio, con la mentalidad clientelista rutinaria parecería obvio que, despojados de la coyunda burocrática, estos partidos reaccionen en el irritado escenario que propone el Gobierno. Pero, asimismo, estos siempre advirtieron con serenidad que los puestos eran secundarios frente a la realización de una reforma a la salud sensata y concertada. Con lo cual, a fin de cuentas, se vuelve al mismo punto de antes de la remoción del gabinete: o el gobierno concierta la reforma o es por su única y mera culpa que se hundirá.
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