Que el Presidente enterró la Coalición de Gobierno dice en titular de primera página el principal periódico colombiano.
En Colombia no ganó una guerrilla. Ganó un exguerrillero. Y tan solo ganó la Presidencia de la República, que no es imperial ni dictatorial como creen muchos sino democrática, que representa constitucionalmente a toda la nación y no solamente a los que votaron por Petro o contra él sino a todos, incluyendo a los que no votaron, que son mayoría. En todo lo que he leído escrito por Gustavo Petro o escuchado en sus entrevistas y discursos no he encontrado por parte alguna que su aspiración sea la de ser un Castro III o un Chávez II, un Maduro II, o un Ortega II... entendí que su aspiración era la de hacer un buen gobierno desde su perspectiva de izquierda que es respetable pero que no puede ser totalmente dominante. Aquí no ganó un movimiento revolucionario sino una fuerza política que se autocalificó de centroizquierda y que, luego, afortunadamente se vio reforzada por tres grandes movimientos políticos: el Liberalismo, el Conservatismo y la U.
Digo afortunadamente porque ello permitió que el propósito de buen gobierno del presidente Petro obtuviera las mayorías que necesitaba para poder sacar adelante unos proyectos reformistas que, inevitablemente, requerían de un proceso de concertación y no de una orden antidemocrática en un sistema político que se precia de ser pluralista, que cree en la participación como un elemento central del sistema político. Es que el presidente Petro no ganó electoralmente unas mayorías en el Senado y en la Cámara. Lo proclamó, lo intentó, pero no lo consiguió. Siendo el Congreso la rama del Poder Público que aprueba la legislación y que está en capacidad de remover algunos de sus ministros por la vía de la moción de censura, el Presidente no podía darse el lujo de pretender gobernar eficazmente promoviendo un escenario de confrontación con esta rama del poder público.
Lo que la Constitución predica es la independencia del Ejecutivo y la del Legislativo, pero, también, la colaboración armónica. Por ello el anuncio un día antes de la Segunda Vuelta en el almuerzo del Hotel Marriot allá en la carrera 9ª. con 73 era la de un Acuerdo Nacional para asegurar un buen gobierno. Ministerios tan importantes como el del Interior o el de Hacienda o el de Defensa o el de Educación no se les asignaban a partidos del Pacto Histórico, ni a petristas de toda la vida sino a personalidades que habían mostrado, sobradamente, su capacidad para formar parte de un gobierno en las carteras que les asignaron o en otras. Era el Acuerdo Nacional. Era la colaboración armónica.
Así quedó demostrado con la brillante gestión del ministro José Antonio Ocampo. O con la que venía desarrollando, y que se resolvió interrumpir bruscamente, la de Alejandro Gaviria. La ausencia de reglas de juego de la coalición llevó a la brutal salida del ministro de Educación. Qué mejor para el gobierno que contar con la reciente experiencia de seis años en el manejo del Sistema de Salud. Qué oportunidad de trabajo armónico. Y terminó en una confrontación absurda y en el desprecio por ese conocimiento y esa experiencia que eran excepcionales.
La coalición, contribución de los partidos no petristas a la tarea de la gobernabilidad democrática, es indispensable. Un gobierno minoritario en el Congreso no le satisface a nadie. Un gobierno basado en la seducción individual o de facciones de los partidos de la coalición es una deformación grotesca del sistema político. Hablaría muy mal del Presidente y de los ministros que lo acompañen. Obtener la aprobación de unas reformas por la vía de la vía de votos a cambio de prebendas del más diverso orden es una corrupción institucionalizada. Se desacredita grave e irremediablemente el papel de los congresistas. Nuestra tradición democrática merece un tratamiento completamente diferente. Creo que la voluntad para lograrlo está ahí. El espíritu del Acuerdo Nacional forma parte de la tradición política colombiana y no impide que exista una oposición fuerte. Los dos mecanismos contribuyen a la gobernabilidad democrática. Al buen gobierno. A fortalecer el pluralismo político.
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