Dice el portal Bloomberg que la deuda soberana de Colombia ya se vende a precios de "bonos basura". La pérdida de facto del grado de inversión del país coincide con el derrumbe de la muy mal concebida reforma tributaria del gobierno.
También se cae la retórica de la estabilidad macroeconómica de Colombia, el mito que sostenía las ínfulas de la clase tecnocrática. Hoy, es evidente que dicha estabilidad era una mera ilusión.
Más que la frágil apariencia de estabilidad, el país necesitaba un modelo robusto. Había que apostarle a un ritmo de crecimiento excepcional, con políticas realmente favorables a la inversión, impuestos bajos, cero aranceles, una moneda fuerte y estable, un gasto público controlado y correspondiente al nivel del recaudo, mínima deuda y máxima flexibilidad laboral. Un sistema como tal no es inmune a las crisis, recesiones y demás vaivenes del ciclo económico, pero sí ofrece todos los prerrequisitos para que las recuperaciones sean fuertes y rápidas.
En Colombia, sin embargo, la tecnocracia hizo todo lo contrario durante décadas. Su objetivo fue mantener un ritmo de crecimiento constante, pero ínfimo. Castigaron la inversión con altísimos impuestos totales sobre las empresas y nula estabilidad jurídica (con reformas tributarias cada 18 meses). Empeoraron la calidad de vida de los colombianos al depreciar fuertemente la moneda. Usaron aranceles y barreras no arancelarias para proteger intereses particulares, entre ellos los bancos, arroceros, azucareros, textileros, cupos de taxis.
Esto se dio a costa de la gran mayoría de los consumidores, quienes deben pagar precios altísimos por la falta de competencia extranjera. La mayoría también enfrenta enormes dificultades para salir adelante gracias, entre otras cosas, a un sistema laboral notoriamente inflexible.
Peor aún, los tecnócratas se acostumbraron a gastar lo que no tenían. Bajo la quimera de que subsidiar a un grandísimo y creciente número de personas constituye algún tipo de progreso, incrementaron anualmente el presupuesto nacional de manera desenfrenada, sin relación alguna al satisfactorio y ascendente nivel del recaudo. Como resultaban insuficientes las predecibles alzas de impuestos ("reforma tributaria" es un mero eufemismo), acumularon los peligrosos niveles de deuda que hoy asustan a los mercados de crédito internacionales.
Para dejar el avispero en medio de un ciclón, los encargados de las finanzas públicas llegaron a creer que las rentas petroleras siempre bastarían para cubrir su excesivo gasto y el sinfín de supuestos derechos subsidiados (un derecho real consiste en lo que nadie le puede quitar legítimamente a otro). Tan alegres- para no decir delirantes- llegaron a ser estas cuentas que, según La República, “el Presupuesto General de la Nación del 2020 se calculó con un precio del Brent en USD $67”. Meses después, cayó el precio del barril a USD $9.12, el menor nivel en décadas.
Todo lo anterior ha creado el caos actual: la deuda onerosa y encarecida; la moneda en niveles subterráneos; el déficit inmenso; el desempleo exorbitante; la recuperación elusiva; el chavismo colombiano ad portas del poder. Mientras tanto, los tecnócratas planean largas estancias en los organismos multilaterales.
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