Trabajar para vivir, aunque nos cueste la vida misma, es la paradoja en la que estamos atrapados. Somos esclavos de nuestro propio invento y el trabajo, hoy, parece diseñado a la justa medida de nuestra ambición. Como si no hubiera servido de mucho la lucha de los que nos antecedieron, ésta es ahora una condena autoimpuesta. Somos nosotros los que permitimos que se desdibuje el límite entre el trabajo y el resto de la vida y los que entregamos, a disposición de otros, nuestro tiempo; mucho más valioso que el dinero.
Si los relojes fueron los grilletes de la sociedad industrial, hoy vivimos encadenados a los computadores y a los celulares; y a través de ellos, al trabajo y al consumo. Y como si fuera poco, somos nosotros los que pagamos por estos dispositivos, los que nos exhibimos impúdicamente para que otros nos controlen y los que alimentamos de buena gana a la bestia detrás del algoritmo espía. Debemos ser los únicos esclavos que lucen con orgullo sus cadenas. Vigilados y juzgados permanentemente por nosotros mismos, nos hemos convertido en verdugos de nuestra propia existencia. Vivimos para trabajar y trabajamos para poder comprar cadenas y grilletes de lujo.
Somos una sociedad disciplinada, sin duda. Una maquinaria perfectamente engranada en función del trabajo y el consumo. Trabajamos para consumir, y luego volvemos a trabajar para volver a consumir. Así se nos va la vida, bueno, en el caso de los que pueden consumir, pues a muchos otros la vida se les va trabajando y nada más. En el extremo más perverso de este sistema, millones de personas trabajan para que unos pocos puedan consumir mucho, no importa que al hacerlo pongan en riesgo la supervivencia misma del planeta.
El trabajo es cada vez más precario para todo el mundo, que vergüenza con los que dieron su vida por unas condiciones más dignas. Hace tiempo que, para muchos, las jornadas dejaron de ser de 8 horas y el contrato laboral, con todo y garantías, una especie en vías de extinción. Para la mayoría, entre el rebusque informal y el contrato de prestación de servicios lo único cierto hoy, con el trabajo, es la incertidumbre. Los empresarios, los directivos y los ejecutivos no la tienen más fácil; muchos viven atrapados en jaulas de oro, intimidados por la tiranía de las metas y los indicadores. Son tan esclavos del trabajo los unos como los otros.
El trabajo desde casa degradó aún más las condiciones laborales. A espera de una regulación que establezca nuevas reglas de juego, la pregunta de fondo es si esta modalidad constituye una transgresión a la vida íntima y privada, último reducto de la libertad. El panorama no es alentador y el trabajo, cada vez más desfigurado como derecho, parece una condena. ¿Cuál será el límite?, ¿hasta cuándo estaremos dispuestos a esta forma de vida que, ciertamente, no conduce a la felicidad? Nosotros inventamos esta manera de vivir, nunca será tarde para corregir lo que no funciona e imaginar otra.
@tatianaduplat
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