La derrota concluyente que recibió la izquierda encabezada por Gabriel Boric en Chile para la conformación de la lista de quienes deben redactar una nueva Constitución, y que habrá de ser votada por el pueblo chileno en diciembre, deja muchas lecciones para Colombia.
La primera y más importante: el mandato popular es cambiante en las democracias. La fotografía al momento de una elección presidencial o de una campaña electoral no es la misma con el correr de los meses. Si Petro resolviera convocar hoy un proceso constituyente al estilo chileno le sucedería lo mismo que acaba de acontecerle a Boric. Es decir, sería derrotado estruendosamente.
Por eso el argumento que se escucha frecuentemente de que todo lo que dijo Petro en la campaña es mandato sagrado que todo el mundo tiene la obligación de apoyar a ojos cerrados es equivocado. La mayoría del pueblo colombiano está pensando hoy de manera muy diferente a como lo hacía cuando eligió a Petro. Sobre esto no cabe duda y las más recientes encuestas así lo corroboran.
Estas muestran de manera irrefutable el derrumbe de Petro ante la opinión pública. La última de ellas (Datexco) indica que el índice de aprobación de Petro anda en un lamentable 30% mientras el de desaprobación sube al 61%: el más alto desde que inició su gobierno.
Por lo tanto, lo que ayer pudo ser cierto, hoy no lo es. De allí que la prepotencia política que exhibe frecuentemente el gobierno carece de solidez. No solo porque los petristas pura sangre no ocupan más que el 25% de las curules en el Congreso, sino porque lo que pudo haber tenido respaldo popular hace nueve meses hoy no lo tiene. Como acaba de sucederle a Boric. El mal gobierno pasa sus cuentas mucho más temprano de lo que se piensa.
El argumento tan repetido de que quienes se están oponiendo a sus reformas (chapuceramente preparadas, mal redactadas y fiscalmente suicidas) quebrantan un mandato ciudadano intangible y de obligatorio cumplimiento, resulta totalmente equivocado.
El telón de fondo del discurso del balconazo, que no es otro que la fantasiosa denuncia de que fuerzas esclavistas e ilegitimas estarían frustrando las promesas de cambio ratificadas en la elección presidencial, es sencillamente indefensable.
Más le valiera al presidente Petro un poco de modestia política y reconocer que los vientos de la opinión están cambiándole mucho más rápido de lo que él parece entender. Y que por lo tanto debe entender los nuevos tiempos y obedecer la voz ciudadana, como acaba de hacerlo con honradez política admirable el gobierno de Boric en Chile al reconocer sin atenuantes ni trinos exculpatorios su derrota en la elección del domingo pasado. La reacción del presidente chilenos fue aleccionadora sobre la manera como deben aceptarse las decisiones dentro de una democracia.
Vienen tiempos difíciles. En las pocas semanas que quedan en esta legislatura es poco probable que el congreso le apruebe a Petro sus tres reformas banderas (salud, pensional y laboral). Para sacarlas adelante requerirá una dosis alta de flexibilidad y de humildad política. Si continúa utilizando la intemperancia del estilo Corcho, la desfachatada mermelada, o la polarización amenazante del balconazo (“si no hay reformas como las he propuesto habrá revolución”) todo le va a salirle mal. A Petro y al país.
No porque se esté traicionando un supuesto mandato ciudadano de vigencia indefinida que nunca hubo, sino porque la fecha de expiración de su confuso programa inicial está venciéndose con gran rapidez a juzgar por las últimas encuestas de popularidad del gobernante colombiano.
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