Está bien que las normas electorales se acoplen tanto con el espíritu de la Constitución de 1991 como con la evolución enorme que ha tenido el comportamiento electoral y la vida, muerte y resurrección de los partidos políticos. Sin duda, la vida política colombiana da muestras de un gran desorden que va desde la multiplicidad de partidos políticos, que sube y baja y vuelve a crecer hasta situaciones tan sorprendentes como lo que ocurrió en la elección de marzo de 2022 cuando no se contabilizaron cerca de un millón de votos y, luego, afortunadamente, el tema se resolvió prontamente con el reconocimiento de la existencia de los mismos y la asignación al partido que los reclamaba.
Se podrían señalar otras muchas dificultades y vicios que afectan gravemente el funcionamiento adecuado del sistema político. En la última elección presidencial, en localidades como la de la Hacienda Santa Bárbara había colas interminables y mucha dificultad para personas de la tercera edad o con impedimentos para caminar o estar de pie o subir escaleras. Increíble en uno de los sitios más modernos de Bogotá.
Para no hacer referencia minuciosa a otras complejidades del tema electoral, tan sólo voy a referirme a dos cuestiones que son vitales para el fortalecimiento de la democracia y que constituyen un tema que guarda vigencia aún en democracias bien consolidadas.
El primero de ellos se refiere a la abstención, o sea, a la no participación en la votación el día de las elecciones. Sabemos que Colombia es un país con tradición abstencionista. Lograr uno, o dos o tres puntos por encima del 50% de participación nos parece una hazaña, pero semejante nivel de abstención en una democracia, enciende todas las alarmas. Y cuando el porcentaje de participación es bien inferior al 50% ya el debate público se hace muy exigente para reclamar modificaciones bien sea al procedimiento mismo de la votación o, en general, a la manera como se está desarrollando la vida política.
A la abstención se le pueden dar varios significados. Algunos alegan que es una forma de mostrar que hay acuerdo con la manera como está funcionando la vida democrática; otros consideran que es exactamente lo contrario, la manifestación de una gran desilusión con la vida democrática; y no pocos estiman que se trata de una forma de protesta que no encuentra otra manera de expresarse. Es un tema que debatimos a finales de los sesentas y en los setentas. Infortunadamente no se hacen encuestas dirigidas a los abstencionistas para lograr un diagnóstico así sea aproximado de cómo interpretar esa actitud. Personalmente, creo que las tres interpretaciones son válidas con respecto cada una de ellas a un sector de los abstencionistas. Y no creo que ninguna de ellas los interprete a todos. No veo que esta reforma electoral busque aliviar esta situación.
El otro tema, sobre el cual he escrito libros y ensayos, es el de la financiación de la vida política: partidos políticos, formación política, campañas políticas y políticos. Ya hemos vivido escándalos que nos han debido obligar a tomar decisiones serias en esta materia. Un asunto que afecta a las mejores democracias del mundo. El caso Odebrecht, -no es el único- ha contaminado elecciones en varios países. Tampoco estoy viendo las soluciones.
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