- El empleo, la otra víctima de la epidemia
- Teletrabajo como tabla de salvación
Jamás se pensó, por supuesto, que nos tocaría en suerte un Día del Trabajo como el dramático que hoy se celebra. No estaba en las cuentas de nadie un descalabro de semejante dimensión. La afectación casi generalizada de las empresas, por cuenta de la crisis del coronavirus, ha llevado a perder, en muy alta medida, el motor del empleo. Con ello son ya muchas las compañías, grandes, medianas y pequeñas que no han podido siquiera pagar sus quincenas a tiempo. Por fortuna, una proporción importante, sin embargo, se mantiene con sus saldos al día. Pero en todo caso nadie dudaría de que uno de los efectos más graves de la pandemia, no solo en Colombia, sino en el mundo, es la incidencia nefasta sobre los puestos de trabajo y el impacto catastrófico en los ingresos de las familias.
Frente a ello, el gobierno colombiano ha podido, no obstante, intentar sufragar el desplome de los recursos laborales, a partir de diferentes normativas de emergencia que, mal que bien, han generado un soporte monetario por la vía de los créditos y las garantías estatales correspondientes. Pero, al contrario, en no pocos casos, en especial en cuanto a las microempresas, la sola idea de adquirir estos compromisos hacia el futuro, sin certeza alguna de poderlos pagar, se ha convertido en un motivo de gran angustia. De hecho, muchas han preferido cerrar.
Bajo esa perspectiva, no está mal insistir en que se adopte algún de tipo de subvenciones o que los créditos sean financiados a mucho más largo plazo. El problema radica, asimismo, en que ojalá quienes han logrado liquidez inmediata no se encuentren más adelante con una situación insostenible, lo que a la larga llevaría a una condonación ineludible, si no se quiere precipitar aún más la quiebra económica. De modo, que las subvenciones inmediatas serían un mejor instrumento que la condonación crediticia posterior, con el compromiso impostergable de mantener los puestos de trabajo del momento.
Como es bien sabido, en Colombia el empleo está compuesto por el sector formal y el informal. Y así vienen dadas las estadísticas por el DANE. En ese orden de ideas, y bajo esa anómala clasificación aceptada, es muy posible que el desempleo sea de mucho mayor impacto al inicialmente contemplado, puesto que la informalidad suele vivir del día a día. Como en una buena medida la economía está cerrada y la cuarentena y el aislamiento social siguen siendo los mecanismos básicos para enfrentar la epidemia, impidiendo los contagios y desacelerando la curva epidemiológica, el empleo seguirá sufriendo de manera irreversible, además sin mayor redención para la informalidad.
Los promedios de los expertos mundiales sostienen, inclusive, que el planeta corre el peligro de perder alrededor de 1.600 millones de empleos. Si bien hasta ahora en Colombia se han malogrado alrededor de 230.000 puestos de trabajo, en las cifras dadas a conocer en estos días, resulta evidente que el rubro seguirá subiendo hasta tanto no se encuentren los antídotos para inmunizar a la sociedad y activar en forma el aparato productivo.
El problema apremiante de hoy es que se han de buscar nuevos objetivos y métodos laborales en un tiempo muy corto. A decir verdad, uno de los elementos sustanciales que han permitido mantener muchas de las empresas a flote consiste en el teletrabajo o el trabajo en casa, que son conceptos diferentes. El primero obedece a una jornada laboral, con todos sus requisitos, mientras que el segundo se define por un producto a entregar en un tiempo dado o bien se refiere a una asesoría o consulta. Nadie dudaría, pues, que el teletrabajo, que ya venía usándose tímidamente en épocas de normalidad, se ha convertido en el soporte fundamental. Y muy seguramente hacia el futuro seguirá siendo un instrumento laboral que llegó para establecerse irreversible e indefinidamente.
En ese sentido, resulta hoy indispensable ampliar la órbita jurídica, ya que la plataforma actual fue dada a partir de otras consideraciones frente al hecho ineluctable de que hoy, a no dudarlo, el teletrabajo es el corazón laboral del país. Siendo así, se requiere un estatuto completo y minucioso que obedezca a las circunstancias que la nación colombiana vive.
Lo fundamental, en todo caso, es tratar de perder la menor cantidad posible de plazas de trabajo. Como bien lo dijo a este diario el director de ANIF, Mauricio Santamaría, el problema de la pérdida de un solo empleo es que después es muy difícil volverlo a establecer. Desde el punto de vista macroeconómico es probable que después se creen más puestos de trabajo, pero el empleo que se perdió, desde la óptica microeconómica, casi nunca se vuelve a recuperar.
No son estas, claro está, las mejores noticias para el país, hoy cuando se celebra el Día del Trabajo. Pero de otra parte también hay que anotar que, aun en medio de semejantes vicisitudes, el Gobierno ha actuado de modo diligente. No es en forma alguna para cantar victoria, claro está. Pero, vista la muy mala situación en que nos ha puesto el reto impredecible del coronavirus, al menos se sabe que hay en el Estado y las empresas la sensibilidad para no cejar en el empeño irrefragable de que la llamada “nueva normalidad” tenga ante todo en cuenta a los trabajadores.
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