En tres momentos decisivos de su aventura en este planeta, Teresa Gómez, Teresita, ha tenido que recurrir al Concierto n°4 en Sol mayor, op. 58 de Ludwig van Beethoven.
No por casualidad. De los cinco para piano y orquesta es el más profundo, el más íntimo y el más audaz. Es una suerte de manifiesto del compositor alemán, para sus contemporáneos y, como ocurre con muchas de sus composiciones, para el provenir. De sus creaciones importantes con orquesta es la única en esta tonalidad, de la que Berlioz, en su célebre Tratado, dijo que poseía ternura y que en manos de Beethoven, revela su faceta más poética y reveladora.
Tres momentos decisivos en la vida de Teresa de los que, por suerte, he sido testigo de excepción.
En tiempos del infame Estatuto de Seguridad durante la dictadura de Julio César Turbay la detuvieron, el 4 de enero de 1979. Fue llevada a los calabozos del F2, ya se sabe, para someterla a interrogatorios, acosos, falsas acusaciones y vejaciones por el delito de haber viajado a La Habana. De no haber terminado entre una zanja la salvó Luisa Margarita Henao Arango, una abogada antioqueña, casada con el dramaturgo y director Mario Yepes. Ante la certeza del tamaño de la infamia, ella tomó las riendas del proceso y logró, luego de una auténtica odisea legal, demostrar la inocencia de la detenida. Luisa Margarita Henao y Mario Yepes le deben al país el relato pormenorizado de ese episodio. Teresa sí visitó La Habana, pero buscando las raíces musicales de las Danzas de Ignacio Cervantes y Ernesto Lecuona, no por sediciosa o revolucionaria.
Ya libre vino su regreso a la música, que ocurrió en el Teatro Colón. Con la desaparecida Sinfónica de Colombia Teresa tocó el Cuarto beethoveniano. En el Coliseo de Cantini no cabía un alfiler esa noche de viernes. Apareció enfundada entre una manta fabulosa de Marlene Hoffmann, para recibir una ovación de esas que muy pocos artistas han recibido en este país. Tocó un Cuarto profundo, pero evidentemente doloroso. Cuando terminó, tras unos segundos de espectral silencio, estalló la ovación, dirigida a ella, a la música y también desafiante ante el Establecimiento. El público, como siempre, era esa mezcla de melómanos, bohemios irredentos, poetas, amigos y admiradores que hacen de sus presentaciones algo inusual en nuestro medio.
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En 2005, de nuevo, regresó al cuarto. Esta vez en la atmósfera más íntima del Auditorio Fabio Lozano de la Tadeo Lozano, para celebrar con la Filarmónica de Bogotá, la Cruz de Boyacá que un par de días antes le impuso el gobierno. La interpretación fue muy diferente: reservada, con algo de misterio y planteando al auditorio una serie de incógnitas que hicieron de la suya una experiencia muy difícil de describir. Lejos de la eventual vanidad de haber recibido la máxima condecoración que el Estado colombiano puede otorgar. No tendría que sorprender que lo tocara de esa manera, porque para ese momento otras experiencias se habían acumulado en el paso de esos años.
El pasado domingo, en el poético horario de las cinco de la tarde, una vez más, regresó al Cuarto de Beethoven en el Mayor. Ahora para que la Filarmónica la rodeara en la celebración de los 80 años que cumplió el pasado 9 de mayo. Cuando bajaron las luces, como en la noche de 1979, el teatro le dispensó una salva de aplausos para recibirla. En negro y granate se sentó rodeada de la orquesta, la Filarmónica de mujeres, para contemplar un vídeo preparado por la orquesta, del que rescato, por su importancia objetiva, la intervención del director Filarmónico, David García y la de su colega y paisana, la pianista Blanca Uribe.
La orquesta, dirigida por Paola Ávila, abrió con una convincente versión de D’un matin de Printemps de la compositora francesa Lilí Boulanger (1893 – 1918) del año 1917.
En seguida la razón de ser de la convocatoria, el Cuarto de Beethoven. A sus 80 años Teresa se permitió algo diferente, tocar sin pretensión, pero con la autoridad que le confiere su vida, por decisión personal, atada al instrumento y a la música. Porque el domingo no tocó respaldada por una orquesta que transmitiera autoridad, respaldo o dominio musical. Por el contrario, la recientemente creada Filarmónica de mujeres de la Filarmónica de Bogotá no pudo estar a la altura de un desafío que implicaba una experiencia de la cual, en este momento carece. Ella, como solista, enfrentó decidida semejante realidad y lo hizo con esa autoridad de la que hablaba y sobre todo con asombrosa claridad. Hubo seguridad en la digitación y un sonido poderoso que no era posible encajar con la orquesta pero sí le hablaba al auditorio de la necesaria mezcla de objetividad en lo pianístico y sensibilidad en lo musical para que tuviera sentido regresar al Cuarto. Impresionante la manera como enfrentó las cadenzas, en particular la del Allegro moderato, porque estaba resuelta a demostrar que a sus 80 está en pleno dominio de su métier y que una cadenza entraña más que lo puramente instrumental y revela todas las audacias imaginables más allá de lo virtuosístico.
Al final, claro, la ovación, con el teatro de pies. Como siempre su público fiel de siempre y uno nuevo -que se delató con sus aplausos a destiempo- le tributaron el testimonio de amor que ella se ha forjado a lo largo de toda una vida. Lo retribuyó con encores, primero la declaración pianística en el Nocturno op. Póstumo de Chopin, el compositor que hace décadas se atrevió a tocar, desafiante, en la penumbra del Goce Pagano; luego desde su más absoluta intimidad cientos de veces compartida, Lejano Azul de Luis A. Calvo, el compositor que por derecho le pertenece.
Para la segunda parte Paola Ávila dirigió la Sinfonía n°5 en mi menor, op. 64 de Piotr Tchaikovski. La verdad, una sinfonía que, como el concierto está por fuera de las posibilidades actuales de la orquesta y su eventual directora. Ni siquiera la magistral orquestación del compositor ruso logró salvar el asunto del naufragio. Las diferentes secciones instrumentales no logran en este momento, amalgamarse. Hubo algo de torpeza en el manejo de la sonoridad a partir del mezzoforte y momentos de angustia, como la fallida intervención de la trompa al inicio del inspirado segundo movimiento Andante cantabile que se llevó al traste uno de los más bellos pasajes del sinfonismo ruso.
Mucho Mozart y, sobre todo muchísimo Haydn recomiendan los que saben para orquestas que, como esta Filarmónica de mujeres apenas andan en sus primeros pasos por los escenarios. Por suerte no arruinaron la fecha de Teresa, que llegó el domingo al Mayor, armada de autoridad. Y mucha experiencia.
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