Amor y compromiso perennes

Se ha celebrado, recientemente, el Día de la Madre”, pero ese recuerdo no ha de ser de solo 12 o 24 horas, sino algo que esté en nobles corazones, los 12 meses o 365 días, es decir en forma perenne. Necesitamos para un digno y valioso comportamiento motivos para superar lo indigno, y para asumir de lleno méritos en nuestro vivir. Nada más comprometedor que el amor a Dios, Creador y Redentor nuestro, y a expresiones prototipos de tanta bondad, como María, Madre de Jesús y Madre nuestra, y San José, providencia de la misma Providencia.  El amor y compromiso con nuestras amorosas y sacrificadas madres han de ser perennes. 

Esa actitud las compromete también a todas ellas, a ser conscientes de su gran dignidad y destino, que las lleva a pensar, como escribía la columnista Melba Escobar en estos días (21-05-23), en el propósito de ser “la mejor mamá de este mundo”. Hay dos retos para un propósito semejante el preguntarse, en las distintas circunstancias del vivir: ¿“que harían, en este momento, Cristo y su madre Santísima?” 

Somos débiles e inconstantes, y, ya nos lo advirtió el Señor: “Sin mí nada podéis hacer” (Jn. 15, 5). Pero nos alienta el convertido Saulo de Tarso, cuando atestigua: “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filip. 4,13). Esos retos nos comprometen a todos, padres e hijos: a ellos para ser lo que deben ser, a los hijos a su propio encauzamiento a un vivir digno, como aporte a la familia humana. Es claro reclamo a un valioso actuar, inspirado en gran compromiso de amor perenne a quien con amor nos llevó en sus entrañas, y cuidó nuestros pasos en la tierra. 

Es algo grande la paternidad y la maternidad espiritual, y el compromiso de abstenerse, fielmente, a ellas por el Reino de los cielos (Mt. 19,12). Pero, el ser colaboradores de la magna obra creadora del mismo Dios, cuando les dijo: “sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla” (Gen. 1,28), es el gran plan dentro de la creación, y no el preferir cuidar irracionales, como lo ha recordado en reciente Catequesis el “Papa Francisco”. 

Bien está querer ser “la mejor mamá”, que merezca honores por ser cuanto debe ser, con grandeza y dignidad, según su naturaleza, en la creación, y no en antinatural convivencia con otra del mismo sexo, ni convertirse en asesina del hijo engendrado en sus entrañas. Que se pueda decir, sin rubor, y sí con orgullo inmenso, cuanto consignó Núñez en nuestro Himno Nacional: “De tus entrañas soy pedazo”

Bien, concluir así, como la citada columnista, y así, más que un “feliz día de la madre”, es de aspirar, con un mundo en donde las madres, sean lo que deben ser, y, así, todos los días sean ellas felices mujeres, que escogieron bien su camino. A ellas todo honor cuando asumieron, comprometidamente, su camino al que se estaban inscribiendo a la hora de traer un hijo al mundo. 

Bien dijo Napoleón, que “la educación de un hijo comienza por la de la madre”. ¡Qué crimen contra la humanidad deseducar a ésta de la sagrada misión de “ser madre”! ¡Qué bien estos amor y compromisos perennes entre madres e hijos! 

       

*Obispo Emérito de Garzón 

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