En este mundo plagado de plataformas digitales, a las que hemos de sumar la avalancha de medios diversos, resulta que estamos colapsados y más desinformados que nunca. Para empezar, coincidirán conmigo que hemos perdido la orientación, el propio sentido común y hasta nuestro conveniente espacio temporal para consultar con la almohada. Demasiadas veces nos movemos sin rumbo, además de beber continuamente mentiras con lenguajes sin alma, mientras caminamos hambrientos de compañía, porque el mismo circuito económico y de poder suele marginarnos. A este dominio mundano, casi siempre sustentado de egoísmo y sostenido por don dinero, tampoco le interesa que despertemos y nos pongamos a ser poetas en guardia; vayamos a hacer silencio, a reflexionar para poder liberarnos; y, de este modo, volvamos a ser buscadores de lo auténtico.
La veracidad tiene que resplandecer, tanto en la relación de hechos como en la comunicación humana, para poder defendernos de las sombras del mal. En efecto, se tergiversan nuestras relaciones y se desnaturalizan hasta nuestros místicos pulsos. Tenemos que reencontrarnos, cultivar más poéticas que políticas, contribuyendo así a disipar ese huracán de vacilaciones, que nos impiden oír lo sensato y laborar lo legítimo. Hoy más que nunca se requieren constructores de redes sociales que nos socialicen, humanizándonos, porque esta deshumanización nos está dejando sin verbo y sin la conjugación lírica que late en nuestros interiores. Esto nos pasa por no tener ni un segundo para beber los mensajes vertidos, lograr enjuiciarlos y dar respuestas veraces, y de esta forma contribuir a restablecer el reino de lo armónico.
Comenzaremos por ser dueños de nuestra personal existencia. No es nada fácil, pero es una reivindicación necesaria y honesta. Estamos llamados al encuentro, a ser familia vinculada al espíritu creativo de la lucidez, y a crecer plácidamente como humanidad. Por ello, deben trazarse líneas rojas urgentemente. Fuera guerras que todo lo destruyen y tomemos con garra de donación, lo de ser amor, que es como ser balada. En cualquier caso, no podemos salirnos de lo innato. En consecuencia, es vital una regulación tecnológica humanística, al menos para hacer frente a la producción masiva de contenidos falsos en línea, promoviendo la desinformación permanente y la incitación al odio. La tempestad inhumana está con nosotros, esperando la enmienda para estar unidos, ayudándonos unos a otros. Necesitamos trabajar juntos, sin pasar por encima de nadie y sin dejar a nadie en la cuneta del desprecio excluyente.
Apreciémonos, es lo más congénito. Nos urge, por consiguiente, universalizar el sentido nativo. Tenemos que pasar página a tanto desconcierto, fijar soplos para uno mismo y darse aliento, sabiendo que nada de este mundo nos resulta ajeno. Protegiendo nuestro hábitat, así como nuestros hogares, será más fácil modificar actitudes. Ojalá nos demos cuenta, que el mejor proyecto viviente no está en el caudal económico, sino en los vínculos del amor efectivo. Dada la situación de colapso, tenemos que ejercitar un brío más responsable y coherente entre el hacer y el obrar; puesto que, el deterioro de la calidad humana de la vida se ha degradado socialmente.
Ciertamente, hemos de renovarnos, tanto por dentro como por fuera. En este sentido, nos alegra que el año pasado, más de un centenar de países, llevaran a cabo la aprobación de una resolución histórica para acabar con la contaminación por plástico y forjar un acuerdo internacional jurídicamente vinculante para 2024. Sin duda, son estos movimientos a los que tenemos que unirnos, cada uno desde su calzada, para poder reconquistar espacios de sentido originario. Cada actuación, desde luego por pequeña que sea, importa y mucho.
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