Pacas de esperanza

Me encantan las revoluciones silenciosas. Los cambios que se gestan poco a poco en el mundo ordinario, a la sombra de los árboles y junto a los vecinos, entre charlas y risas. Estas revoluciones no tienen héroes ni mártires, eso es lo mejor; ocurren tan sutilmente que el poder no logra verlas y pueden colarse entre las fisuras de la arbitrariedad. En Bogotá, en la esquina de mi casa, cada sábado en la mañana ocurre una bella sublevación. Los vecinos se reúnen y convierten los desechos en esperanza.

Se trata del movimiento de paqueros y mis vecinos son solo un grupo de los cientos que ya existen en Bogotá. Gente que reúne sus residuos orgánicos durante toda la semana y luego los junta para apilarlos, descontaminarlos y convertirlos en fertilizantes. La técnica de estas pacas digestoras fue desarrollada en Medellín por Guillermo Silva Pérez y, en poco tiempo, se ha extendido por las principales ciudades del país.

Consiste en prensar, en un molde, los desechos vegetales y cárnicos que aportan los vecinos, junto con el pasto, las ramas y las hojas que dejan las labores de jardinería en el barrio. La operación no desprende olores ni líquidos fétidos, como ocurre con otros procesos de compostaje. Este es un proceso limpio en todos los sentidos, por eso puede hacerse en el parque y al lado de la casa.

A mis vecinos no los conozco personalmente, conozco su obra. Paso por su calle todos los días y he visto, a lo largo de los últimos cuatro años, cómo han logrado transformar un corredor sucio, desapacible y peligroso en un bello jardín con una huerta. Es precioso todo lo que implica. Su propósito principal es disminuir la carga de desechos que llega al relleno sanitario de Doña Juana; y vaya si lo han logrado.

La mejor parte de soñar despiertos es cuando la utopía se remplaza con la realidad. La Unidad Administrativa de Servicios Públicos de Bogotá, la UAESP, calcula que gracias al movimiento de paqueros de la ciudad, al año han dejado de llegar más de 100 toneladas de residuos al botadero. Lo mejor es que, mientras ocurre la magia biológica, alrededor de esta actividad se han ido anudando lazos de afecto y de confianza que tejen comunidad.

Cada sábado se arma una fiesta alrededor de la paca, o mejor dicho, encima de la paca, pues es el peso de la gente el que se usa para compactar el bloque. Es una bella danza, un ritual de comunión con la tierra, en pleno corazón de la ciudad. En medio de las intrigas políticas, la muerte y la polarización que destilan las noticias, lo que hacen mis vecinos al otro lado de la pantalla es conmovedor. Ellos son como esas flores que crecen entre las grietas de los andenes, resisten como pueden y hacen del mundo cotidiano su propio reino de la posibilidad.

Así funciona la revolución silenciosa, aprender a reconocerla y sorprenderme, cada vez, se ha convertido en mi mayor propósito.

@tatianaduplat