* El viaje de Petro a Alemania
* Trescientos años de Adam Smith
La añoranza de quienes piensan que la caída del Muro de Berlín fue un episodio lamentable de la historia reciente, pues todavía creen que del desastre social, económico y político del comunismo aún queda algún tipo de elixir desconocido por descubrir, se hizo evidente en algunas palabras del presidente Gustavo Petro en su viaje a Alemania. Allá, frente a los germanos, dejó entrever esa nostalgia tan característica de aquellos que en el fondo dudan del orden democrático, su sistema de libertades y el desenvolvimiento del capitalismo.
De hecho, la tendencia de volver a entronizar al Estado como único y hegemónico dispensador de las esperanzas y entrometerlo en cuanta actividad humana exista, de la cultura a la economía, de la familia a la educación, también se puede dar por descontada en tesis tan arcaicas como las de algunos auxiliares del presidente Joe Biden, propias de la distorsión y el declive que sufre el partido Demócrata, cuyos anhelos radican en crear a la larga una especie de capitalismo de Estado. Noción que, además, parecería cobrar vigencia como epicentro de la campaña por la reelección que se avecina en Estados Unidos.
Es decir, un supuesto contrato social donde los excedentes de capital, producto del trabajo, la innovación y colaboración entre los asociados, no se reinviertan y produzcan crecimiento económico, sino que se entrampen en los vericuetos y burocracia estatales y se reduzcan las actividades del pueblo en su conjunto exclusivamente al asistencialismo. Así, pues, de una u otra manera se trata de la pretensión de terminar trabajando, todos, únicamente para el Estado y los detentadores del poder de turno. Fruto típico, claro está, de la fallida ingeniería social que todavía anhelan ciertos prototipos de la regresión a tiempos infaustos.
Justamente en junio de 1723, hace 300 años, fue bautizado (se desconoce el día exacto de su nacimiento) el autor escocés de La riqueza de las naciones (1776): Adam Smith. Su obra tiene el mérito de haber profetizado que a lo largo de las centurias el capitalismo bien entendido, es decir, como aliciente de un crecimiento económico continuo con base en la expansión de los mercados libres y la perspectiva de la prosperidad, con mejoras de la calidad de vida para todos, sería el mejor antídoto contra la pobreza y la desigualdad. Con ello, como evidentemente ocurrió de entonces a hoy (basta contrastar las cifras), mejorarían las posibilidades de una sociedad cuyo 90 por ciento vivía entonces en condiciones de pobreza extrema (hoy está en menos del diez por ciento, de acuerdo con el Banco Mundial).
De hecho, es factible mirar en los lustros recientes el caso de China y entender que la idea de la prosperidad, el sistema de oferta y demanda, y la aplicación de la tecnología como método de innovación, le ha permitido a ese país cambiar drásticamente los indicadores de pobreza y dejar atrás, en parte, el sumidero de escasez y penuria que entrañan, por su misma naturaleza, las políticas comunistas. Apenas con una rendija de libertad, los chinos se han puesto ciertamente a la vanguardia de aquel mundo profetizado por Smith, al lado de otras economías liberales orientales como la siempre asombrosa del Japón y la próspera de Corea del Sur. De suyo, otra no menos ejemplar, como la de Taiwán, hoy es la líder mundial en microcomponentes.
En general, podría decirse, sin embargo, que estos logros (con sus ajustes necesarios y los que faltan) están hoy en el ojo del huracán, básicamente por la tenaza populista. De una parte, por la andanada de la élite izquierdista, cuya fórmula, ya en cierto declive, consiste en apropiarse de la movilización popular contra las presuntas élites antagónicas, entroniza al Estado, y genera odio y divisiones sociales a partir de un identitarismo truculento, y, de otra parte, el populismo que anima a las cúpulas ultra derechistas que promueven la antiinmigración y se alimenta del antisemitismo o el condicionante anti racial contemporáneo que toque. Son los dos extremos que, en suma, pretenden agobiar y asfixiar el sistema de libertades políticas y la economía de mercado que anunció Smith.
En ese marco, mostrar nostalgia por la caída del muro de Berlín permite avizorar que todavía se quisiera pensar de modo anacrónico en los términos artificiales de la Guerra Fría. Por fortuna, esa caída, prácticamente ordenada por Reagan a Gorbachev en su histórico discurso de Berlín, en 1987, prevalece como una de las grandes conquistas de los últimos tiempos… así Petro quiera de repente reconstruirlo como saldo de su viaje a Alemania.
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