La palabra "infante" proviene del latín "infans", que se compone del prefijo "in" (que significa "no") y "fari" (que significa "hablar"). Esta definición resume la postura histórica de nuestra sociedad frente a la niñez: se les ha considerado como sujetos sin voz, sin autonomía ni opinión.
Y es precisamente por esa condición que se le ha impuesto a nuestra infancia, que queremos compartir una reflexión nacida desde Fundación Sura con el programa educativo para niños, niñas, educadores y familias, Félix y Susana, presente en Colombia, El Salvador y República Dominicana, y en el que más que impartir conocimiento hemos aprendido de la sabiduría de la niñez.
Cuando se reconoce, escucha y acoge a un niño o niña por quien es realmente, en lugar de esperar que se ajuste a ciertas expectativas para ser aceptado, es más probable que aprenda a quererse, cuidarse y relacionarse con los demás. Esto le da un mayor valor y sentido a su vida y a la forma en que interactúa con su familia, compañeros y otros adultos en el entorno educativo y familiar.
Escuchar a niños y niñas expresar sus necesidades, miedos, sueños, opiniones y decisiones sobre sus cuerpos, les permite empezar a construirse como ciudadanos que tienen derecho a expresarse, pensar y actuar en consecuencia. Al hacerlo, estamos ayudando a construir personas capaces de desarrollar todo su potencial, lo que les permitirá SER su mejor versión y contribuir positivamente a la sociedad.
Los niños y niñas nos han mostrado, a través de los procesos que desarrollamos, que cuando ponemos a su disposición ambientes que favorecen la educación integral de la sexualidad, las habilidades para la vida y la convivencia aprenden que el mejor sitio para vivir es su propio cuerpo como territorio de cuidado, con el que pueden tomar las mejores decisiones sobre él y respetar el de los demás. Es en el hogar y el ámbito educativo donde pueden hablar abiertamente sobre sus sentimientos y experiencias, previniendo así riesgos como el abuso y el maltrato.
En este sentido, en el mundo de los adultos tenemos una responsabilidad impostergable: la de comprender que los niños y niñas no son recipientes vacíos para llenar de contenido. Que es importante aprender a acompañarlos desde lo que ya son y tienen, no desde lo que creemos que les hace falta. Debemos recordar que los niños tienen una madurez propia de su edad y es nuestro deber acompañarlos para que desarrollen todo su potencial y habilidades.
Creemos que es posible, porque ya lo hemos evidenciado en agentes educativos y familias que, habiéndose transformado en sus prácticas, están facilitando que más niños y niñas sean felices y vivan libres de amenazas.
Hagamos de la infancia una celebración, celebremos la capacidad de la niñez para expresarse sin miedo, para mostrar su esencia, y para enseñarnos y aprender de su visión del mundo simultáneamente. Celebremos mirándolos fijamente, invitándolos a hablar, escuchándolos y dejándonos asombrar por su voz llena de sabiduría. Al hacerlo, estamos honrando su humanidad y su capacidad de enseñarnos a ser mejores seres humanos.
*Directora de la Fundación SURA en Colombia
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