Hace 17 años Soraya Bayuelo me dijo que quería hacer un museo, lo recuerdo con exactitud. La miré con escepticismo, pensé que se trataba de otra de sus historias fantásticas, pero ella insistió. Me contó que en el colectivo de comunicaciones que dirigía llevaban años soñándolo; querían un museo que albergara la memoria y la identidad de los Montes de María; que amplificara las voces de tantas comunidades acalladas y que volviera a tejer los hilos que la violencia se había empeñado en destrozar. Cuando terminó yo había caído presa de un extraño encantamiento; el mismo con el que se han anudado tantos lazos de complicidad para que hoy ese empeño sea una realidad y, además, esté expuesto en el Museo Nacional de Colombia. A veces, no muchas, el universo conspira y los sueños se cumplen; solo es cuestión de insistir.
El Museo de la Memoria y la Identidad de los Montes de María es muy particular. Está hecho por la gente, para la gente, y además es itinerante; va de pueblo en pueblo. Cuando Soraya y Beatriz Ochoa, la otra directora del colectivo, empezaron a cocinar esta idea, ya llevaban más de una década acompañando a las comunidades a narrar su realidad; ya habían fundado la casa de la cultura en El Carmen de Bolívar, habían hecho radio y televisión, y tenían un cine club y un festival audiovisual. A esas alturas, también la guerra les había arrebatado a sus seres queridos y a sus vecinos; y el colectivo, a punta de relatos, se había ganado el Premio Nacional de Paz. Eran muchas las historias por salvaguardar; por eso necesitaban un museo, para honrar la vida y la palabra, y así resistir a los guerreros.
El museo está concebido sobre la alegoría de ‘El Mochuelo’, la mítica canción de Adolfo Pacheco. Ágil vuela, busca la ocasión de salir de esa cárcel protectora..., esclavo negro cantá, entoná tu melodía. Canta con seguridad, como anteriormente hacías, cuando tenías libertad en los Montes de María. Su vuelo itinerante es la resistencia de tantos campesinos despojados, de tantas personas en los pueblos extorsionadas, de tantos jóvenes acorralados. Su canto es la voz de los ausentes que persiste, más allá de la muerte; el triunfo irrefutable de la vida y la esperanza.
En estos años pasaron muchas cosas en los Montes de María. La organización social se consolidó, los paramilitares confesaron algunos de sus crímenes, las Farc dejaron las armas y algunas comunidades desplazadas retornaron. A pesar de los esfuerzos por la paz, últimamente han vuelto las amenazas y los asesinatos. Después de muchos ires y venires, el museo se hizo realidad en el 2019, aunque luego vino la pandemia.
Hace poco, en la inauguración de la exposición temporal del Museo Nacional, en Bogotá, Soraya me miró sonriente y dijo “viste tú, sí pudimos”. Sólo la abracé. Vayan a conocer al Mochuelo, encarna una bella lección de dignidad y una metáfora ambulante de la libertad; sólo por eso vale la pena volar con él.
@tatianaduplat
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