* Gatilleros de cara a las víctimas
* Traición a la patria y al Ejército
Los mal llamados “falsos positivos” son por supuesto una mácula que estremece el alma del Ejército colombiano y por ende del país entero. Así se ha dicho desde hace tiempo, incluso desde que se sospecharon procedimientos tan infames, cuya pretensión consistía en lograr ascensos, tiempo adicional de vacaciones, salarios extras y galardones a partir de mostrar, ciertos miembros de algunas brigadas, éxitos operacionales contra las guerrillas con base en el asesinato de inocentes, posteriormente disfrazar los cadáveres con los uniformes e insignias subversivas, y reclamar victorias en sus territorios bajo semejante insanía mental.
En principio, hace ya varios lustros, una organización no gubernamental conocida como Europa-Estados Unidos habló al respecto de 60 a 80 víctimas mortales, en diferentes partes del país, lo que incluso nos pareció una cifra descomunal que debía constatarse. Pero, en todo caso, desde estas mismas columnas, recalcamos al mismo tiempo en que era como mínimo un oprobio dejar de lado las investigaciones atinentes (como se pretendía) e insistimos en ellas bajo el titular de las “Madres de Soacha”, a raíz de las gentes humildes que fueron asesinadas en esta localidad y luego presentadas como miembros de la subversión en Norte de Santander, mientras muchos se hicieron los de la vista gorda ante semejante absurdo. Por descontado, nos llovieron amenazas, por lo cual publicamos un editorial exactamente en los mismos términos al día siguiente.
Eran las épocas de mayor confrontación del Estado contra la guerrilla preminente de entonces, desdoblada en buena parte del territorio nacional, con su estela de depredación, terror y barbarie habituales, y sus campos de concentración al estilo nazi o estalinista. Asimismo, las víctimas, en ese tiempo, no tenían garantías y su voz era escasamente escuchada. Pero, de otra parte, además de semejantes circunstancias indecibles en que sus familiares habían fallecido era también un verdadero crimen contra el Estado, es decir, contra todos los colombianos representados en este, que miembros del Ejército pudieran recurrir a esa conducta abominable de matar inocentes evadiendo, adicionalmente, sus responsabilidades de defender la vida, honra, bienes, derechos y libertades de todos y cada uno los habitantes de nuestra nación. De modo que se trataba de un espeluznante crimen doble. Por un lado, el asesinato con todos los agravantes y, por el otro, el delito de traición a la patria.
En esa perspectiva parecía obvio, además, que nunca se iba a ganar la guerra, puesto que en vez de combatir al enemigo se usaban las armas en otros propósitos inauditos (ahora hay un registro por depurar de más de seis mil víctimas en varios lustros). Todo ello, además, después de que el país había logrado una positiva reorganización de su estructura y operatividad castrense con el Plan Colombia. Fue esto, ciertamente, lo que le permitió a la nación modificar el denominado eje gravitacional de la confrontación interna, salir de la supuesta situación de empate que aparentemente prevalecía y romperle las vértebras al llamado ‘Secretariado’ y ‘Estado Mayor’ de las Farc hasta la desmovilización, pese a los reductos hoy recompuestos. Por entonces fueron cayendo, uno a uno, varios de los principales jefes guerrilleros, en operaciones militares dirigidas desde el ministerio de Defensa, gracias a los cambios en inteligencia y la capacidad operacional proveniente de aquel Plan, con sus ajustes respectivos.
De este modo, la preeminencia del Estado colombiano no se debió en manera alguna a los nefandos “falsos positivos” que, por el contrario, eran una espantosa plataforma y un lastre para encubrir, no solo la indignidad, sino la ineficiencia de algunos e incluso numerosos componentes militares. Mientras tanto, cuando presentaban esos resultados falsarios, las Farc podían constatar la ineficacia de aquellos que lo hacían. Desde luego, nunca fue un triunfo suyo, sino una degradación criminal de quienes se habían salido por su propia cuenta de los cánones profesionales, legales y constitucionales, fruto de sus indignos y perversos intereses particulares. Y cuya asombrosa justificación dizque radica en que se les pedían resultados en la imposición legítima de la autoridad y el orden. ¿Acaso eso era carta blanca para asesinar inocentes? Mentira. ¿Cuántos miles y miles, seguramente millones de militares, del soldado al general, en tantos años, hicieron honor a su profesión, se sacrificaron en aras del bienestar de todos los colombianos, jamás adujeron que se sentían presionados para cumplir con su misión constitucional y no se les pasó por la mente atrincherarse en la inhumanidad, la podredumbre y la trampa para ganar premios, ascender, facturar o vacacionar? La guerra se ganó con estos contingentes muy significativos y no porque fueran llevados por el Estado a matar como gatilleros, asesinos de inocentes.
En cuanto a estos, los gatilleros, como en Dabeiba, según la audiencia de anteayer sobre 49 “falsos positivos”, horripilantes y dolorosos, pues además de cobardes victimarios también traidores a la patria. Es decir, traidores frente a las víctimas como ante el Ejército, a sus compañeros y a todos los colombianos. No olvidarlo.
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