¿El Niño? Soldado advertido…

* Urge plan de contingencia interinstitucional

* El cambio climático, un factor muy agravante

 

Que en un país que, desafortunadamente, sigue soportando múltiples crisis estructurales y coyunturales en distintos campos y niveles, se diga por los expertos que la mayor amenaza en este segundo semestre y comienzos de 2024 serán los efectos nocivos del fenómeno climático de El Niño, ya es por sí una alerta que debe llevar a que toda la institucionalidad se movilice para alistar un plan de contingencia. Una estrategia seria y eficiente que permita disminuir el coletazo de las altas temperaturas, una posible sequía, el alto riesgo de incendios forestales masivos así como una afectación alta en materia de prestación de servicios públicos domiciliarios, sobre todo por el impacto en la cadena de generación hidroeléctrica y en muchos acueductos que dependen de niveles adecuados en ríos y represas. Todo ello aunado al peligro de una alteración drástica en los ciclos de cosechas y, por ende, en la curva inflacionaria, fuertemente ligada al precio de los alimentos.

Aunque desde finales del año pasado, cuando se estaban extinguiendo los últimos efectos de La Niña, se advirtió de la probabilidad de que se empezara a incubar el fenómeno contrario, a lo largo del primer semestre de 2023 la Organización Meteorológica Mundial (OMM) fue reportando el incremento porcentual de su posible ocurrencia. Hacia mayo ya iba en un 80% -un umbral muy alto de certeza- pero el martes pasado anunció de manera oficial el inicio del Niño, al superar el 90% de posibilidades.

Explicado de una manera sencilla, este fenómeno ocurre en promedio entre cada dos y siete años y, por lo general, suele tener un ciclo de duración de nueve a doce meses. Se trata de un patrón climático natural asociado al calentamiento de las aguas de la superficie oceánica en las partes central y oriental del océano Pacífico tropical. Su principal consecuencia son los aumentos de temperatura más allá de los promedios históricos, asociados a olas de calor extremo en muchas partes del mundo y en los océanos. Aún así, en algunas zonas del planeta, producto de la variación drástica de condiciones meteorológicas, el efecto es el contrario: lluvias torrenciales y humedad sin precedentes.

En el caso de nuestro país, el Niño se manifiesta con altas temperaturas, disminución atípica de lluvias y capa vegetal muy seca. La última vez que se registró este fenómeno en Colombia fue entre 2015 y 2016, con más de doce meses de duración. En aquella ocasión los damnificados superaron las 230 mil, en tanto que centenares de municipios vieron afectados los suministros de agua potable debido a que el nivel de muchos ríos y represas bajó drásticamente. Fue necesario acudir a la cadena de generación térmica para suplir el déficit hidroeléctrico, en tanto que el sector agrícola reportó afectaciones muy graves en el ciclo y rendimiento de las cosechas.

Visto todo ello, si bien el actual Gobierno ha dicho estar consciente de la difícil coyuntura que enfrentará el país en este segundo semestre, poniendo énfasis en la necesidad de preservar al máximo los recursos hídricos, desde distintos sectores políticos, económicos, sociales, gremiales, regionales e institucionales se está urgiendo la adopción de un plan de contingencia interinstitucional con un enfoque preventivo. Incluso hay voces que, tomándole la palabra al Presidente de la República en torno al riesgo de una “calamidad” de proporciones, consideran que debería pensarse en una declaratoria de un estado de emergencia económica, social y ambiental a nivel nacional. Hasta ahora solo se acudió a esa figura, y por un lapso de 30 días, para La Guajira, teniendo al riesgo que representa el Niño como una de las justificantes. Sin embargo, el fenómeno climático extremo, que la OMM considera que podría ser “moderado”, no solo se prevé que afecte de forma sustancial ese departamento, sino a toda la región Caribe y también a la Andina. De allí que se plantee la necesidad de no esperar a que la situación se complique sino de tomar, desde ahora, las medidas precautelativas en todos los aspectos posibles: desde los presupuestales, de atención de emergencias por sequía e incendios, alistamiento sanitario y alternativas eficaces para garantizar la prestación de servicios de energía y agua, hasta la adopción de planes de choque sector por sector e incluso de esquemas de contención de posibles efectos inflacionarios. Si ya de por sí está prevista una descolgada económica fuerte en lo que resta de 2023, el clima extremo profundizaría sus efectos lesivos.

Las alertas son aún mayores porque este Niño se presenta en momentos en que, como consecuencia del cambio climático, las temperaturas mundiales están marcando récord tras récord. De hecho, el martes fue el día más cálido jamás registrado. A ello se suma que ayer la OMM advirtió que los fenómenos meteorológicos extremos y los choques climáticos se están agravando en América Latina y el Caribe, a medida que se aceleran la tendencia al calentamiento a largo plazo y el aumento de nivel del mar.