Revolución del 43 en Argentina

* La evolución política del peronismo

* Un país dividido tras ocho décadas

 

En 1943 los cambios geopolíticos mundiales influían en la escena interna de países como Argentina, que hasta entonces había mantenido buena parte de su comercio exterior ligado al intercambio con Inglaterra, al tiempo que durante la II Guerra Mundial se había beneficiado por las ventas de carne y granos a Europa. A su turno, Estados Unidos mostraba particular interés en el mercado gaucho.

La conflagración global había dividido a los argentinos entre simpatizantes de Washington y las democracias europeas frente a los nostálgicos del fascismo y el paso de ganso de Berlín. De hecho, la clase dirigente y parte de los estancieros de la nación suramericana eran partidarios de una democracia moderada y fuerte, al estilo inglés.

El general Juan Domingo Perón, un persuasivo orador, se destacaba como un competente soldado, campeón de esgrima y de equitación, reconocido por su nacionalismo con tintes expansionistas y un fuerte aliento de justicia social, siempre en busca de un papel protagónico en la región. Se apoyaba en la oficialidad joven que quería un cambio y un “gobierno de los argentinos para los argentinos”. Una postura que, en cierta forma, contrastaba con la candidatura demócrata de un civil a la Casa Rosada, apoyada por el embajador de los Estados Unidos.

Perón, con la ayuda de su esposa Evita, una agitadora radial y popular que lo cautivó, aceptó organizar a los trabajadores en sindicatos afines al gobierno militar de transición. Una de las preocupaciones de los oficiales argentinos pensantes consistía en “nacionalizar” a los millares y millares de europeos que se refugiaron en ese país durante la guerra.

La campaña presidencial que llevó por primera vez al poder a Perón dividió al país en dos bandos, que hasta hoy, ochenta años después, se mantienen en esquinas opuestas. El general se distinguió por su discurso populista y su pretensión de organizar un bloque de naciones del tercer mundo que pudieran ejercer presión sobre las grandes potencias: Estados Unidos y Rusia. Como se recuerda, Argentina se mantuvo, en general, neutral frente a los conflictos mundiales.

En la otra orilla estaban los demócratas moderados, que simpatizaban con un acercamiento mayor a los Estados Unidos. Por entonces, los socialistas son minoría. En cierta forma, los demócratas, los radicales y los socialistas desconfiaban del peronismo por las reivindicaciones sociales y simpatías con el autoritarismo. Las contradicciones políticas y sociales entre los poderosos exportadores agrícolas y la tendencia del justicialismo por aumentarles los impuestos, lo mismo que a los industriales, se agravaron con el tiempo sin encontrar, hasta hoy, una fórmula para conseguir un desarrollo proporcional para ambos sectores.

Esos antagonismos y contradicciones que dividían a la Argentina, dieron aliento al golpe de Estado de 1955 contra Perón, en el cual participa activamente la Marina, que bombardea algunos sectores populares de Buenos Aires, lo que determinó la decisión del general de renunciar al poder y exiliarse. A partir de la salida del país del campeón del justicialismo y proscrito su partido, esa nación derivó en gobiernos débiles, militares o civiles. Los mismos que fueron combatidos por Perón, quien proscrito se radicó en España. Notables dirigentes demócratas como Frondizi e Illia, que procuraban fortalecer la civilidad, rechazaron el peronismo, y, a su vez, fueron víctimas del golpismo. 

Es sorprendente como la figura de Perón se creció en la distancia, en tanto en los cuarteles se anuló su influencia. Ese espectáculo de la Argentina dividida en cuanto el modelo político a seguir, junto al papel del Ejército frente a una democracia que proscribe al “dueño de las masas”, no podía eternizarse. Por tanto, tras varios intentos fallidos, Perón aterrizó de nuevo en Buenos Aires, en el gobierno del general Lanusse, que pensó en detenerlo. Sin embargo, el recién llegado, apoyado por las masas que colman las calles de la capital para recibirlo, consiguió derrumbar la barrera militar en su contra.

Perón, al regresar a su tierra, encontró que la extrema izquierda que ‘tácticamente’ lo apoyaba, en realidad pretendía utilizarlo. Así que se vale de los veteranos sindicalistas para combatir a los imberbes partidarios de la revolución. Esa actitud lo reconcilió con un sector nacionalista del bando castrense. Es muy conocida la jugada de llevar al poder al odontólogo Campora, con la misión de renunciar a su favor. Perón también declaró la guerra a los terroristas y se mostró contrario a los excesos castristas. A su vez, pretendió hacer del país la expensa mundial, sin conseguir entusiasmar a los estancieros.

Finalmente, al desaparecer el general queda, hasta hoy, un peronismo de derecha o nacionalista, y otro de izquierda, actualmente en el poder, en una Argentina, por desgracia, dividida en bandos irreconciliables.