¿Reforma educativa a la carrera?

Si existe un escenario natural para construir consensos es la educación superior. Somos conscientes por ejemplo que la ley que nos regula se dio a inicios de los 90s cuando la novedad tecnológica eran los mensajes de texto, el DVD, el beeper o el internet vía telefónica. Eso significa, una ley que se quedó en la historia frente a realidades como la inteligencia artificial, la nanotecnología, la sostenibilidad y las plataformas globales de conocimiento.

Pero no es solo eso, el sistema ha multiplicado el acceso al punto que la matrícula global universitaria se ha más que duplicado en proporción a la población total potencial y supera el 40%. La movilidad y oportunidades en internacionalización y digitalización hacen hoy borrosas las fronteras entre naciones y fluyen los talentos y el conocimiento.

Por ello Colombia reclama a gritos una reforma al sistema educativo para actualizarlo a nuevas realidades en calidad, gobernanza, financiamiento, acceso, virtualización e internacionalización. Se necesita un sistema que sea capaz de crear oportunamente (y no como hoy demorando hasta tres años para tener un registro de una nueva carrera en el estado) programas académicos más pertinentes a jóvenes y empleadores que hoy no reciben respuestas adecuadas. 

Pero hacer una reforma a la educación superior si bien significa ajustar los modelos, instituciones y carreras, no puede hacerse a la carrera. Y mucho menos abriendo discusiones con algunos de los actores del sistema exclusivamente o desconociendo el modelo mixto (Oficial y no oficial). Es donde más se necesita consenso porque por esencia universidad es “unidad en medio de la diversidad” y allí aparecen no solo algunos estudiantes, sino todos. Pero además profesores e investigadores, el sistema de innovación, competitividad, ciencia y tecnología, el sector empresarial y cultural, los egresados, entre otros.

Un error sería que por hacer las cosas rápido, termináramos discutiendo un par de artículos que cambien la asignación de presupuesto nacional (que se necesitan), multiplicar los estudiantes y profesores en los consejos universitarios y armar modelos atípicos de gobierno universitario en referencia al mundo como asambleas populares (sin hablar a fondo de gobernanzas efectivas como lo hacen los libros blancos de los más importantes sistemas de educación del mundo).

Mismo error, que nada se dijera sobre el valor de la diversidad en el sistema (tipos de universidades, tipos de oferta con nuevas tecnologías, fortalecer y dignificar lo técnico, tecnológico y dual, articular mejor la educación básica, facilitar actores y ofertas internacionales, modernizar el aprendizaje hacia una educación más personalizada, valorar la diversidad y acceso de género, entre otros) así como el papel de la universidad en la construcción de principios democráticos soportados no solo en los derechos sino en los deberes y con universidades que salgan de su torre de marfil.

Que no nos pase en educación superior lo de salud, trabajo o pensiones. Reformas más políticas qué técnicas y hechas como pliegos sindicales de actores del sistema, reformas basadas en la ideología y el activismo, reformas sin consenso y adobadas con populismo, reformas que destruyan lo construido, o dicho de otra manera, reformas minúsculas en su contenido formal con impactos negativos mayúsculos a mediano y largo plazo. ¡Perderíamos una oportunidad única! 

*Rector Universidad EIA

jrestrep@gmail.com