El párrafo con que inicia el último informe de la ONU sobre el proceso de paz en Colombia no pudo ser más desalentador: “Los ceses al fuego que llevan en vigor desde enero se vienen observando en gran medida sin protocolos ni mecanismos de verificación definidos, lo que hace que sean más frágiles y dificulta evaluar su cumplimiento y determinar sus resultados”.
Este párrafo resume muy bien lo que viene siendo la actitud del gobierno Petro con relación a la paz: mucho anuncio y poca o ninguna gerencia.
En esta semana se ha subsanado en parte la carencia de ceses al fuego que echa de menos la ONU: se han divulgado diez protocolos que habrán de disciplinar el cese al fuego con el Eln, y se anunció la voluntad de instalar una “pre-mesa” de negociación con las disidencias de las Farc, de Iván Mordisco, para auscultar la posibilidad de llegar a un cese al fuego con este grupo.
Todo diálogo de paz para ser exitoso requiere de dos elementos fundamentales: discreción y refinada gerencia. Ambos ingredientes parecen estar faltándole a la “paz total”.
Veamos el caso del Eln. El gobierno habla por todos lados; el jefe de la mesa de negociación es apenas una voz entre las muchas que hacen la cacofonía de opinantes de la propia delegación oficial que utilizan el micrófono profusamente. Otro tanto hace el Eln donde el que habla y dogmatiza por las redes sociales no es el jefe de la delegación de los alzados en armas, que es Pablo Beltrán, sino Antonio García.
Igual sucede con los otros diálogos entablados con los grupos delictuales y narcotraficantes con los cuales se intenta echar a andar el pesado carromato de la “paz total”: todos los ceses al fuego con estos grupos, o no han comenzado o se han caído, como aconteció con el del clan del golfo por su indebida participación en el paro minero del nordeste antioqueño. Para ninguno de ellos se han promulgado protocolos claros de verificación donde consten las obligaciones a observar por las partes ni las bases mínimas de la verificación.
El desgobierno que se observa en la administración Petro en muchos otros campos está presente también en lo atinente a la paz. En los balbuceantes procesos de diálogo que están comenzando a andar da la impresión de que el gobierno Petro vuela a ojímetro, pero no utiliza instrumentos. Es típico del estilo presidencial. Pareciera que el gobierno cree que basta con anuncios rimbombantes para que las cosas se hagan por generación espontánea. Y no es así.
Un cese al fuego bien diseñado y serio es un instrumento de fina orfebrería que requiere protocolos, veedores, concurso permanente de las fuerzas militares y de la comunidad internacional, observadores sobre el terreno, concurso de la iglesia a través de las parroquias donde se están desarrollando los acontecimientos, veedurías organizadas de las comunidades civiles en cuyo beneficio finalmente es que se organizan estos procesos; y leyes marcos que precisen las condiciones que deben cumplir quienes participan en un proceso de paz (recuérdese que esta es la hora en que ni siquiera se ha aprobado por el congreso la llamada ley de sometimiento). Nada, o muy poco de esto de eso se ha preparado hasta ahora, como lamentan las Naciones Unidas.
Al propio comisionado de paz se le ve desbordado y atiborrado de tareas; saltando de un lado a otro; respondiendo a medias sobre las graves tareas que tiene asignadas; y tratando infructuosamente de estar en todos los escenarios que demanda la exigente “paz total” con la que se pretende (seguramente con la mejor voluntad, pero con pésima preparación administrativa), negociar con todo el mundo al mismo tiempo.
A este desorden se agrega ahora la improvisación verbal del presidente Petro que, según el ministro del Interior, no es otra cosa que una “metáfora”, anunciando que van a pagar hasta un millón de pesos por mes a los jóvenes que hoy delinquen en las bandas criminales para que “no maten” y se incorporen a la “paz total”.
Delicada propuesta. La paz no se compra: se construye. Esta iniciativa de Petro se va a volver, me atrevo a anticipar, moneda corriente en todas las mesas de negociación que están iniciándose para que se les ponga sueldo ya sea a los alzados en armas con carácter político o a delincuentes comunes, ya sean jóvenes o adultos. Como escribió el profesor Moisés Wasserman: “Si se “paga por no matar” es porque alguien “cobra por no matar”. En castellano antiguo eso de denomina extorsión”.
Aún sería tiempo para que el gobierno de un viraje. Para que pase de la retórica a la gerencia de la paz. Y antes de que la “paz total” se convierta irreversiblemente en un frustrante “desorden total”.
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