PLANETARIO
"Americanismo"

Hay en Donald Trump una curiosa mezcla entre las exigencias domésticas y las globales que hace pensar en que su política exterior será tan solo un reflejo de las acciones que emprenda en materia de seguridad a nivel local.

Visto así, el “americanismo, no globalismo”, que es como él mismo ha querido rotular su visión internacional, se convierte en un ejercicio de la más pura unilateralidad destinado a convertir en realidad su lema de campaña.

Al considerarse como “la ley y el orden”, Trump se percibe a sí mismo como el remedio para la violencia y el caos en que ve inmerso a su país; un remedio que ha de surtir los mismos efectos en un planeta atemorizado por el terrorismo transversal pero también por la negligencia de los gobiernos acostumbrados a vivir bajo el paraguas de la gran potencia.

Dicho de otro modo, nada de multilateralismo ni confianza en autoridad supranacional alguna: ‘interés nacional decisivo’, podría decirse; proteccionismo, blindaje de las fronteras al mejor estilo antiterrorista israelí y ningún tipo de intervencionismo improductivo porque toda presencia norteamericana tendrá que ser rentable o basarse en la responsabilidad compartida.

Eso significa cero asistencialismo y ningún tipo de apuesta por proyectos de seguridad inciertos o bajo el control de terceros que no reporten garantías plenas de estabilidad regional y funcionalidad.

En pocas palabras, una política exterior basada en la más estricta lógica contributiva que supone compartir el riesgo y equilibrar las cargas, o sea, que Estados Unidos ya no llevará a cuestas el 72 por ciento de los costos de la Otan ni andará repartiendo dineros para financiar procesos de negociación con terroristas tramposos.

Por supuesto, los beneficios esperados por los Estados Unidos tendrán que ser tangibles precisamente porque las amenazas son cada día más inciertas, simultáneas y múltiples.  De hecho, la forma en que se atacará al terrorismo será bidimensional, afectando sus capacidades físicas (recursos humanos y materiales) pero también las habilidades narrativas, ideológicas y propulsoras del extremismo.

En concreto, la política exterior de Trump no es aislacionista, ni militarista; está basada en la contribución, la corresponsabilidad y es altamente selectiva: nada de andar por ahí reconstruyendo Estados que no lo merecen puesto que “no se puede obligar a ningún país a ser democrático”.

Sobre todo cuando hay gobiernos dispuestos a rifar la democracia en que han vivido para dejarla en manos del extremismo, el narcotráfico y los milicianos.