Lo acaba de revelar el estudio sobre “Bogotá, cómo vamos”. Esta realidad, aunque se trate de ocultar el sol con las manos, es, en parte, un poco el signo más letal del desorden sexual en que vive nuestra sociedad. Y desorden acerca del cual es bastante difícil decir algo, pues ha entrado en esa lista de temas que se han vuelto intocables y que en últimas ha sido depositado en manos de cada persona, tenga o no criterio para manejarlo con sabiduría y de acuerdo con el fin específico de la misma sexualidad. Y esto se ha vuelto la locura furiosa desde todo punto de vista. Y, como siempre, quien queda allá hundida en su tragedia, en su enfermedad y sufrimiento, es cada persona en concreto, muchas veces sin esperanza alguna a la vista. Y los voceadores de este desenfreno sexual sin límites no levantan ni un dedo para cuidar de quien seguramente empieza a ver la muerte de cerca.
El Papa Pablo VI, en la década de los años sesenta del siglo pasado, antes de publicar la doctrina de la Iglesia sobre la validez de los métodos naturales de planificación y la invalidez de los artificiales, fue tratado con vileza y desprecio. Pero era un profeta y sabía que ese era el precio por cumplir con su misión y que no buscaba otra cosa que alertar sobre lo que desencadenaría el concepto de una sexualidad manipulable al antojo de cada persona. Y ahí vamos. La sexualidad humana en manos de muchos hombres y mujeres de los últimos cincuenta años ha sido devaluada, ultrajada, indignificada como jamás se hubiera podido imaginar alguien. Y tras ella crecieron exponencialmente la infidelidad en la vida de pareja y la manipulación de la mujer, ahora más cosificada que nunca. Y hasta apareció una nueva enfermedad como el sida, que entre nosotros sigue creciendo.
El discurso dominante hoy en día cree que todo es cuestión de portar preservativo, como se lleva el celular o la billetera. No hay ninguna consideración ética o moral para que la sexualidad tenga norte, sentido, una finalidad admirable. Tan fuerte e importante es la dimensión sexual desde siempre, que la misma Biblia enfrenta el tema con normas orientativas en sus primeras páginas en las que se invita a no fornicar, a no desear la mujer del prójimo, a no dar cabida a los actos homosexuales, pues todo esto trae esas consecuencias que hasta mortales han llegado a ser. Hoy en día la sexualidad de muchas personas es literalmente una rueda suelta y está causando muchos accidentes. ¡Si atendiéramos la Palabra de Dios!
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