Roma locuta, causa finita

Una vez que Roma se ha pronunciado sobre temas de fe, se da por terminada la controversia. Puede ser la traducción amplia de nuestro titular. Y lo referimos hoy a varias situaciones. El casi centenario señor Galat y sus pareceres acerca del Papa Francisco. La Roma colombiana podría ser la Conferencia Episcopal, ahora encabezada por dos arzobispos, Urbina de Villavicencio y Tobón de Medellín, ambos de carácter decidido, y quienes han tomado el tema del señor Galat de frente y lo han puesto donde toca. La Iglesia, cuando de cuidar la fe y la unidad se trata, es más fuerte y celosa que en ninguna otra cuestión.

Pero nos referimos también a la exaltación que desde Roma se ha hecho de la vida de notables clérigos colombianos, los obispos Jaramillo y Perdomo y el sacerdote Pedro Ramírez, quien fuera párroco de Armero, en el Tolima. Estas vidas insignes no habían sido todavía exaltadas, entre otras cosas, por las reacciones apasionadas que era previsible se podrían provocar estando aún fresco el recuerdo de sus acciones valientes y de la violencia de sus victimarios. Sin embargo, la Iglesia tenía claro que bien valía la pena hacer el elogio público de estos varones ilustres de la fe  y por eso ahora los acerca un poco más al honor de los altares.

¿Quiere esto decir que entonces se acaba toda controversia en torno al señor del canal que debería llamarse tele-enemigo (del Papa y tal vez de la Iglesia) y en torno a la vida de los testigos de la fe? Dentro de la Iglesia, de alguna manera, la polémica termina en el sentido de que los pronunciamientos de la Santa Sede y de la Conferencia Episcopal, instruyen claramente a los fieles sobre el significado de cada acontecimiento y así la orientación es clara. Fuera de la Iglesia, quizás la polémica apenas comienza, como es apenas natural, pero quizás no tenga ninguna repercusión en la Iglesia misma, aunque alimente a quienes viven de esos choques de opiniones. Pero como decía Gómez Dávila, las opiniones sobre la Iglesia, venidas de fuera de ella, no tienen mayor importancia.

Y se puede añadir otro elemento valioso. Estos pronunciamientos desde la sede de Pedro y desde el colegio episcopal colombiano, tienen también un delicioso sabor de autonomía y soberanía espiritual. Hoy casi nadie se pronuncia así, sino calculando palabras, contentando etéreas opiniones públicas, evitando comunicadores arrasadores, etc. Bien sabe la Iglesia quiénes son sus santos y se alegra en mostrarlos a la comunidad para que emulen sus ejemplos. Y sabe esta Santa Madre como nadie más, cuál es el límite entre la fe verdadera y la que no lo es, la finísima línea entre la construcción de la unidad y el asomo del cisma. La asistencia del Espíritu Santo a los sucesores de los apóstoles, es decir, a los obispos, no es un cuento de hadas. Es el sello divino que ha permitido que la Iglesia, no obstante violencias verbales, físicas, políticas, siga siendo el cuerpo místico de Cristo, siempre lacerado y crucificado, pero nunca infiel a su Divino Fundador.