* Recta final de campaña presidencial
* Una potencia que no sale de la crisis
Argentina, por su extensión, riqueza de su suelo, potencial económico y fortalezas en muchos campos, se consideraba en el siglo XIX y XX, como la nación del sur del continente destinada a convertirse en potencia. Su producción agrícola la enfilaba a ser una de las mayores productoras del mundo, al tiempo que la calidad de sus profesionales y empresarios eran materia prima para impulsar la revolución industrial. Alejada de los escenarios bélicos europeos, este país se erigió como la tierra prometida de millones de migrantes en busca de un futuro mejor y en paz. Con apenas 3% de pobres a principios de la centuria pasada, también era el paraíso de los emprendedores. Varios de sus políticos hicieron carrera defendiendo la educación gratuita y de calidad para todos. Buenos Aires era la ciudad de nuestra región que más extranjeros recibía e incluso, en materia geopolítica, mantuvo neutralidad en las dos guerras mundiales. Apenas al final rompió con Alemania para facilitar el exilio de numerosos técnicos germanos.
De esta forma, tenía sus arcas llenas al terminar la Segunda Guerra Mundial. También fue en Argentina en donde se fabricó el primer avión a propulsión en América, con los planos que habían llegado de Alemania. La nación del sur del continente estrenó su Metro a principios del siglo XX. Asimismo, la red férrea se desarrolló rápidamente, al igual que las carreteras. Pronto comenzarían a levantarse fábricas y la industria automotriz. Paralelo a ello, la clase trabajadora contaba con buenos salarios...
Todo ello funcionó hasta que los excesos del populismo y la organización sindical llevaron a la quiebra a parte del sector privado. Los demagogos del gobierno empezaron a entregarle la administración de las empresas a las centrales obreras, que las quebraron al repartirse afanosamente las ganancias y no tener visión para los negocios. La corrupción penetró casi todos los estamentos y los contratistas se convirtieron en una suerte de agentes que desangraban las finanzas oficiales.
De esta forma, la anarquía, la demagogia y el derroche de los miles y miles de funcionarios enquistados en la burocracia, destruyeron las esperanzas de hacer de Argentina una potencia, convirtiéndose en la actualidad en un modelo de cómo fracasan las naciones por cuenta del populismo y el parasitismo oficial. Cuesta creer que la nación que un siglo atrás figuraba entre las más ricas del mundo, con uno de los modelos educativos mejores del planeta, hoy tenga una realidad muy crítica. El fisco está desangrado por la abultada deuda externa que agobia al país y no se ve capacidad para superar definitivamente esta crisis. Los billonarios préstamos de la banca multilateral apenas si sirven para pagar intereses y cubrir los pasivos oficiales.
Hoy ese país se encuentra a tres meses de las urnas. La izquierda radical, con la única excepción del gobierno Macri, ha dominado el escenario presidencial en las últimas dos décadas. El justicialismo de izquierda, que capitanea la exmandataria y hoy vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner parece otear en el horizonte electoral un eventual fracaso, dado que las arcas del Estado están exhaustas, tanto como las promesas incumplidas de sus alfiles demagogos.
En Santa Fe, una de las provincias fortín del justicialismo, en días pasados se realizaron elecciones y el oficialismo salió derrotado, en tanto la oposición los triplicó en votos. El gobierno del izquierdista Alberto Fernández tomó nota de la derrota y se reorganizó en un frente denominado “Unión por la Patria” que busca frenar la avalancha de votos en contra que algunos analistas pronostican para el 22 de octubre. El candidato presidencial oficial es el ministro de Hacienda, Sergio Massa, quien depende de los altibajos del dólar para captar votos para su proyecto de construir una nueva Argentina, para muchos una promesa gaseosa. Precisamente la semana entrante el zar de las finanzas se reunirá con los banqueros del FMI para conseguir más fondos, algo que contradice la demagogia peronista.
En tanto, a tres meses de las urnas, crece el tedio electoral así como el ausentismo en la contienda proselitista. Hay muchos ciudadanos que ya no creen en nada y se niegan a votar. En especial desconfían de los políticos y sus promesas, lo que, según diversos analistas, determinará una segunda vuelta, que será posiblemente entre Massa y Patricia Bulrich o, quizás, el ultra nacionalista Javier Milei, quien se ha convertido en un fenómeno político que no se sabe hasta dónde crecerá. Su figura parece despertar al electorado y con su verbo demagógico consigue atraer a los sin partido y descontentos. Una esperanza de última hora que se fortalece por el desencanto de las masas frente al justicialismo.
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