* Presidencia de Iván Name
* Acuerdo Nacional y reformas
Las nuevas realidades en el Congreso saltan a la vista luego de la elección del senador Iván Name como presidente del Senado. Su triunfo la semana anterior es uno de esos palos políticos que no suelen darse con frecuencia. Aun con más veras después de que el gobierno intentó poner toda la aplanadora oficialista en su contra. Efectivamente, el veterano congresista supo salir avante, incluso como fundador del partido Verde y respaldado por las mayorías parlamentarias diferentes u opositoras al autodenominado progresismo.
Name, que ha hecho gala en su trayectoria política de un tono conciliador y proclive al consenso, conoce como pocos de sus colegas la importancia institucional y las atribuciones del Parlamento. Tiene, pues, el Congreso un activo fijo en su veteranía y experticia. Inclusive, de sus primeras declaraciones puede deducirse lo que significa ser la máxima cabeza de una de las ramas del poder público, dejando en claro que el Legislativo tiene la misma preponderancia que las demás columnas de la estructura estatal. Esto para señalar que las relaciones con el Ejecutivo deben adelantarse de igual a igual. Y ha dejado entrever que nada más perjudicial en esos propósitos constitucionales que la intermediación gota a gota que ha prometido el ministro del Interior para soportar su estrategia clientelista con el fin de romper las bancadas y torcer las decisiones partidistas en virtud de las prebendes y canonjías al detal.
De la elección del presidente del Congreso queda sobre la mesa, entonces, que los partidos tienen tanto sus bancadas como sus jefes. Y que tratar de desconocerlos, moviéndoles el piso de modo furtivo como sin rubor lo ha dejado entrever el antedicho ministro, es la peor táctica a la que se puede recurrir. Por el contrario, tanto jefes como partidos han salido fortalecidos de la jornada y así podrá corroborarse en la elección de las mesas directivas de las comisiones constitucionales y las de otra índole. Esa es la nueva conducta en el Parlamento. Tratar de renovar viejos vicios en procura de mayorías ficticias parece, por fortuna, una salida inviable, pese a que algunos en el hemiciclo tengan la tentación de feriar los intereses de la alta política nacional a su ombligo inmediato. Lo cual ojalá repercuta en la Cámara de Representantes, donde se dio un presidente por consenso, es decir, un vocero institucional más allá de la escueta y perniciosa intermediación clientelar a que no pocos están acostumbrados.
De este modo, cualquier Acuerdo Nacional, como el que ha propuesto el presidente de la República, Gustavo Petro, debe partir del respeto de la institución parlamentaria. Es precisamente este el escenario adecuado para llevar a cabo las reformas que puedan aproximar lo que el primer mandatario denomina la justicia social y ambiental. Y que en suma no se trata de grandes proclamas, ni de una firma, punto por punto, de unos protocolos políticos conjuntos, sino de permitir que la labor de las bancadas y sus congresistas se pueda llevar a cabo dentro de un ambiente de libertad, sin coerciones o compraventa de conciencias, y con base en los datos económicos y científicos apropiados. Es decir, que los conceptos y las cifras sean las pertinentes antes que invenciones para distraer a la galería y falsear los rubros como si los congresistas pecaran de incautos, según ocurrió con las reservas de gas en los informes de alguna ministra dimitente.
Pero, tanto como esto, también es necesario que existan debates verdaderos, sin la constante desconexión del micrófono por parte de la Mesa Directiva y un tiempo minúsculo para explicar las posiciones de cada congresista. No hay duda de que el Congreso ha perdido vigor dialéctico, capacidad para sintonizarse con la opinión pública, alcance pedagógico, por lo que es de relievar la propuesta de Name de permitir, dentro de límites razonables, discusiones más ilustrativas y conclusiones motivadas. Un mayor uso de la palabra no es malo, menos en un recinto que se llama así -Parlamento-, siempre y cuando, claro está, sea conducente al tema que está en discusión y no sea la simple repetición de intervenciones previas, como a veces ocurre en un carrusel oratorio a todas luces infértil.
Si las reformas, en cuyos temas todos parecen convenir, han de ser el motivo del Acuerdo Nacional, pues en vez de sacarlo del Congreso hay que afianzarlo en el hemiciclo. Y el modo de hacerlo es respetando la operación parlamentaria en los debates, partiendo del natural disenso inicial al consenso final, que se expresa en el trámite legislativo y termina en el texto aprobado de las leyes. Podrá, en medio de ello, darse audiencias, enriquecer, derogar o cambiar artículos. El punto, a fin de cuentas, es que el Ejecutivo podrá presentar las reformas, pero es el Legislativo, con su juicio y sindéresis, sus debates y concertación, el encargado de llevarlas a buen puerto… En lo que el presidente Name ha sido en buenahora explícito.
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