* Ruta a seguir para Colombia
* Retos de la mitigación y la adaptación
El cambio climático es cosa seria. Es una variable que no se puede desconocer, como antes, cuando se daba por descontado que el clima se mantendría dentro de los límites favorables a la vida humana y estaba muy lejos de contabilizarse de factor económico y social ineludible. Cuando más, se oraba para que apareciera el sol o llegara la lluvia, en suma, que se lograra un ambiente favorable para las cosechas, cualquiera fuera el exceso de verano o invierno del momento. Por su parte, el oráculo era el almanaque Bristol y con base en los primeros doce días del año se predecía cuál sería el desempeño en los meses por venir, dependiendo del comportamiento climatológico en cada una de esas fechas de enero.
Todo esto cambió, en buena parte, cuando el científico británico James Lovelock, quien murió en 2022 a los 103 años de edad, lanzó su teoría de Gaia, es decir, que la Tierra es un organismo vivo, dentro de un gran ecosistema complejo, interdependiente y autoregulado, donde además existe una relación indisoluble entre el planeta y los seres que la habitan.
Fue esta la base para entender la acción humana sobre el clima, al posteriormente añadir Lovelock que el índice de cloroflourocarbonos servía para medir cómo los compuestos tóxicos provenientes de las actividades antropogénicas afectaban la auto regulación climática y por tanto la estabilidad de la Tierra. Lo cual llevó a profundizar sobre la capa de ozono y el impacto de los gases de efecto invernadero, o sea, la incidencia del metano, los carbonos y nitratos que entrampan el calor del sol a nivel global, por debajo de la biosfera, produciendo paulatinamente cambios en la temperatura y los patrones del clima. Y, en consecuencia, afectando el agua, la producción de alimentos y los grados centígrados en que la vida es viable, así como incrementado las catástrofes.
En principio, la teoría de Lovelock fue bastante discutida por varios científicos por considerar a la Tierra como un organismo vivo y fue calificada de hipótesis esotérica, fruto del pensamiento alternativo de las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado. No obstante, Lovelock fue encontrando recibo en diferentes sectores de la ciencia, hasta convertirse en una celebridad en cuanto a las razones de las afectaciones climáticas. No en vano su gran inquietud, cuando era investigador de la NASA, eran los factores de equilibro que manifestaba la Tierra frente a sus indagaciones de Marte. Y de manera escueta y comprensible explicó el fenómeno climático en una sola frase: “el Planeta tiene fiebre”. De hecho, la ONU abrió el Panel de Cambio Climático, encargado de hacer la evaluación correspondiente, año a año, en el mundo. Todavía hoy, sin embargo, hay quienes piensan que el calentamiento global (que la gran mayoría reconoce) no se debe a la intervención humana, sino a las causas naturales que han existido desde que se conoce el planeta.
Ahora bien, Colombia desde hace ya lustros, en particular de los últimos gobiernos, ha acogido la tesis del cambio climático y su evaluación en la ONU. Si bien el país tiene un nivel menor en la emisión de gases de efecto invernadero, comparado con el resto del mundo, sí es una de las naciones más vulnerables en razón de su impacto global. Precisamente, esta semana, el Banco Mundial sacó una interesante investigación sobre la trayectoria que podría seguir Colombia, una vez reconocidos los avances que ha venido adelantado en la materia, para mantener la ruta crítica hacia la eliminación de la huella de carbono.
Desde luego, eso está bien y vale la pena profundizar en los aspectos analizados por el Banco Mundial. Pero, de otra parte y al mismo tiempo, el país también tiene que adelantar acciones efectivas para evitar su vulnerabilidad frente al cambio climático. No basta, pues, por ejemplo, con la transición energética, cuya ruta gradual por supuesto debe seguirse, sino que es necesario sincerarse en materias igualmente arduas. Nos referimos, verbigracia, a la gran cantidad de población que habita la cuenca Magdalena-Cauca y que, por tales circunstancias, está constantemente expuesta a catástrofes. No en vano todavía se recuerda la tragedia a raíz de la intensidad de la ola invernal en 2010 y 2011. De modo que no basta con pensar, en ese caso, con que dependencias temporales como el Fondo de Adaptación sean suficientes. Por supuesto, es difícil, cuando no completamente inviable, trasladar los millones de habitantes ribereños a lugares más seguros. Y menos cambiar una cultura que se ha edificado con base en la relación de la población con los ríos. No obstante, ponemos sobre el tapete este ejemplo, pues si se ha de pensar en las catástrofes que pueden venir al traspasar el umbral de las temperaturas, es menester tener en cuenta las grandes vulnerabilidades que tiene el país, siendo la anterior, tal vez, la más evidente. De modo que bienvenido el informe del Banco Mundial. Sirve éste, también, para ver los grandes retos que tiene nuestro país, tanto en mitigación como en adaptación.
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