Doce meses a bordo de Petro

* Curiosa política del alacrán

* Mucho bochinche y poca administración

 

 

Uno pensaría que el primer gobierno de izquierdas, con el descontento social cacareado en la campaña presidencial, inclusive armándole un pleito de siglos a la historia nacional y con las asonadas previas como método implícito de amenaza y presión, habría logrado una gestión extraordinaria en el primer año. No fue así. Por el contrario, han sido doce meses de retórica y activismo incontinente. También de episodios faranduleros hasta el exceso, trepidantes escándalos familiares y el gastado expediente de suscitar camorras políticas cotidianas para camuflar la falta de resultados. Por igual, se ha dado un rosario de citas incumplidas y vaivenes de toda índole en la agenda presidencial, sin razones a la vista, en el mismo sentido de la extraña prolongación de la infinidad de viajes al exterior. Y es fácil constatar, a su vez, una insólita carencia de ejecución presupuestal y continuos descaches en las políticas públicas, a veces soportadas en informes mendaces, además sin la estructuración indispensable en temas cruciales y acorde con principios administrativos mínimos.

Es pues abrumador observar como al gobierno todo se le dificulta, auto metido en un baúl de anzuelos, por no decir que haciendo las veces de una especie de alacrán. Y no es para nada por cuenta de la oposición o de grandes debates en el Congreso; ni tampoco por tenazas internacionales, el cambio climático o fenómenos extraterrestres (que ahora están a la orden del día en Estados Unidos); ni mucho menos puede decirse, en absoluto, que no haya tenido los instrumentos constitucionales, políticos y económicos a la mano, incluida una reforma tributaria descomunal, para sacar adelante lo que pretendía. De hecho, al gobierno se le desplegó tapete rojo desde sus inicios. Todavía más, el segundo candidato presidencial en votos asumió una estrepitosa fuga política y la mayoría de partidos (aún sin haberlo respaldado en la campaña) se fueron de bruces, en su momento, para apoyarlo a rajatabla en el Congreso. Por su parte, las Cortes y los órganos de control han mantenido una rigurosa actividad institucional, sin sesgos ni nada que no esté debidamente consagrado en la ley. En suma, es difícil encontrar un escenario político más favorable para adelantar un programa de gobierno, tal vez si se entendiera que el dispendioso arte de gobernar no es actuar a la bulla de los cocos y al pálpito del día, propio de la política al detal.    

Por lo pronto, a un año de gestión, el resultado es que el 50 por ciento del país considera que la situación ha empeorado y solo el 35 por ciento que ha mejorado (encuesta CNC). Lo cual no deja de ser significativo, pues cada vez resulta más claro que la percepción sobre el gobierno anterior cobra relevancia frente al estado de ánimo negativo en que naufraga la administración actual. Que para algunos es mucho decir. Incluso, ex presidentes como Juan Manuel Santos e Iván Duque concuerdan en que lo más grave para el país, como están las cosas y sin derroteros claros, es que el gobierno no se sabe para dónde va. Tal vez, además de esto y a nuestro juicio, es que también deja todo a medio hacer. De suyo, el primer mandatario se la pasa trinando anuncios y cree que la sola voz presidencial es una varita mágica que traduce sus anhelos en realidades inmediatas. Pero en un país como Colombia, que necesita acción eficaz y coordinación permanente, no puede simplemente sujetarse a la lámpara de Aladino y darse el triste gusto de perder el tiempo en fábulas. O creer que los problemas se van a solucionar con el inane carrusel ministerial.

Sugería el maestro británico y extraordinario colombianólogo recién fallecido, Malcom Deas, que el peor enemigo de nuestra nación es el bochinche. Pues bien, en esas andamos hoy más que nunca. Al igual que en ese sentido parecerían proféticas las palabras del prócer Francisco Miranda, cuando sirvió de mal chivo expiatorio de la Independencia: “Bochinche, bochinche, está gente no sabe hacer sino bochinche”. Ante ello, también puede ser claro, según decía Rafael Reyes, que el país necesita menos política y más administración.

En efecto, transcurridos 12 meses, el gobierno permanece obnubilado y hasta indigesto con la política (“la causa” que llaman) y desprendido de la administración. Probablemente se deba a esa lección política universal de acuerdo con la cual la izquierda suele ser eficaz en la oposición, pero muy ineficaz en la administración. Al fin y al cabo, nadie dudaría de que ha sido un año ejemplar en la materia.